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Dudamel: Tocar, cantar y luchar

Gustavo Dudamel recibió el premio por la excelencia del Instituto Queen Sofía en New York

Foto: archivo

Esas palabras son una suerte de mantra para Gustavo Dudamel. El director de orquesta que sin duda ha marcado la historia contemporánea de la música, grita con acciones y sin ostentaciones, que tocar la música, cantar la vida y luchar por los sueños, es la mejor manera de construir un mundo con esperanza y verdadera humanidad.

El talento musical de Oscar y Solange no fue el único legado trascendente para su hijo, también lo fue la perseverancia, la quizá le ha dado a Gustavo el premio más importante de su carrera, sin menospreciar ni uno de los tan respetados que ha recibido a lo largo de décadas de trabajo.   

Pero es que ese premio tan importante, es el que le da coherencia a su vocación humana: transformar vidas. Lo ha logrado y sigue trabajando por ello, en un derroche de disciplinada perseverancia para demostrar que la música, y la cultura en general, desempeñan un papel esencial en la construcción de una sociedad más justa, pacífica y unida.

El Sistema, un sello que esparce el alma venezolana en el mundo, es la inspiración. Es esa batuta enérgica como la de él mismo, que demuestra cómo la energía que libera cada nota, llega a ser determinante para la educación de los jóvenes en cualquier parte del mundo.

Así Gustavo lo ha replicado en su notorio paso por la Filarmónica de Los Ángeles, donde ha ampliado drásticamente el alcance de sus programas de compromiso con la comunidad, entre los que destacan su creación, en 2007, de la Orquesta Juvenil de Los Ángeles (YOLA), que  lleva la música a los niños de las comunidades menos favorecidas de esa ciudad de EEUU. YOLA ha puesto gratuitamente instrumentos musicales en las manos de 1.500 jóvenes, provee instrucción musical intensiva, apoyo académico y formación de liderazgo.

Lo del barquisimetano es inspiración empoderada, y la aplica promoviendo la música para entendernos, para encontrarnos. Así lo  reconoce públicamente, más allá de los Grammy o la estrella en el Paseo de la Fama, de Hollywood,  que ciertamente le dan la posibilidad de acercar cada vez ese lenguaje universal, a quienes lo asuman como bandera de libertad.

Pero aclara que esa tarea es de todos. Los gobiernos y los pueblos deben invertir, y más aún: creer, en la cultura, de modo que  las ovaciones, como las tantas que él ha recibido, serían entonces la merecida recompensa a un esfuerzo de todos y para todos.

Por estos días el maestro está físicamente en su terruño, y es imposible no sorprenderse una vez más contando los escenarios que le han aplaudido, de los aportes que le han merecido ser uno de los poquísimos músicos clásicos devenidos en auténtico fenómeno de la cultura pop.

Pero sobre todo, es imposible no admirarse de su versatilidad para el rupturismo, para hacer que el pasado y la vanguardia se abracen en una misma partitura, o su sagaz olfato musical para precisar lo mejor y lo más audaz de la música nueva, marcando referentes en la interpretación orquestal.  

Todo esto no puede menos que emocionar, sobre todo en una tierra donde la música forma parte del ADN de su gente, y en un país que anhela trascender los desencuentros y reconocerse en lo mejor de sí mismo.

Visto así, el legado de Gustavo, el mismo del San Pedro, es más estremecedor que un Carnegie Hall aplaudiendo de pie,  es el ejemplo de perseverancia y trabajo por hacer de la música un derecho humano para las nuevas generaciones, un derecho que se ejercerse sembrando en ellos el amor por lo que hacen y la confianza por lo que sienten.

Gustavo es de retos, es de estímulos vivaces y con suficiente alma para comprender que la acción social por la música no es cuestión de nombre, espacio o tiempo, es una misión en constante cumplimiento. Así lo demuestran las lágrimas de emoción de la madre que escucha a su hijo tocar el violín, en Quebrada Arriba, o el padre que supera el cansancio de un día de trabajo, viendo a su pequeña solfear su flauta, en Tamaca.

¡Adelante, maestro. Le acompañamos en la misión de Tocar, Cantar y Luchar!

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Ivar Colmenares Trujillo

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