Reseña de la Añoranza/ Iván Brito López < El Informador Venezuela
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Reseña de la Añoranza/ Iván Brito López

Los muertos y la tradición

Recientemente se ha conmemorado el Día de los Fieles Difuntos, un día festivo religioso dentro de las Iglesias católicas, en memoria de los fallecidos, el cual se conmemora el 2 de noviembre, cuyo objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal y, en el caso católico, por quienes se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio.

Las principales iglesias, Iglesias Cristianas Ortodoxas Occidentales, Unión de Utrecht (Iglesias), Comunión de Porvoo, así como Comunión anglicana e Iglesia católica, acordaron tener el mismo calendario y días de celebraciones religiosas y santoral para facilitar las asistencia a sus feligreses a sus respectivas celebraciones.

Para la Iglesia católica, se trata de una conmemoración, un recuerdo que la Iglesia hace en favor de todos los que han muerto en este mundo (fieles difuntos), pero aún no pueden gozar de la presencia de Dios, porque están purificando, en el purgatorio, los efectos que ocasionaron sus pecados.

Este día, los creyentes ofrecen sus oraciones (llamadas sufragios), sacrificios y la misa para que los fieles difuntos de la Iglesia purgante terminen esta etapa y lleguen a la presencia de Dios. Hay, pues, una gran diferencia en la fiesta del día primero y el ambiente de oración y sacrificio del día dos.

Aunque la iglesia siempre ha orado por los difuntos, fue a partir del 2 de noviembre del año 998 cuando se creó un día especial para ellos. Esto fue instituido por el monje benedictino San Odilón de Cluny. Su idea fue adoptada por Roma en el siglo XVI y de ahí se difundió al mundo entero.

De España, heredamos, venerar a los difuntos; como en otras partes del mundo, con la tradición en estas fechas de visitar el cementerio para rezar por las almas de quienes ya abandonaron este mundo. Tradición nimbada de un profundo sentimiento de devoción, donde se tiene la convicción de que el ser querido que se marchó pasará a una mejor vida, sin ningún tipo de dolencia, como sucede con los seres terrenales. También en sitios como en España, donde hay tradición en la repostería,  hacen dulces típicos para la fecha, como los «huesos de santo», unos postres elaborados de mazapán, de color blanco y forma alargada y cilíndrica, originalmente rellenos de dulce de yema que recuerdan a tibias. En las islas Canarias se conoce como el Día de Finados, durante el cual, en la noche del 1 al 2 de noviembre, se solían reunir amigos y familiares para velar esa noche. Contaban historias, cuentos, debatían y hablaban mientras comían los frutos típicos de la época: castañas, nueces, manzanas y dulces; acompañando tales viandas con anís o ron miel.

Con devoción se rezaba el novenario por el descanso eterno del difunto

Po otra parte, esta celebración cobra distintos matices en el continente americano, fruto del mestizaje étnico, ya que el Día de Muertos es una tradición que en México tiene lugar del 1 al 2 de noviembre en la que se honra la memoria de los muertos. Como hemos acotado, se originó fruto del sincretismo entre las celebraciones católicas (especialmente el Día de los Fieles Difuntos y de Todos los Santos) así como las diversas costumbres de los aborígenes mexicanos. En otras partes, como en los Estados Unidos de Norteamérica se le suele asociar comúnmente con otras celebraciones como el Día de Brujas o Halloween, aunque en realidad difiere mucho de esta.

En este orden de ideas, el Día de los Muertos como festividad se celebra principalmente en México y en países latinoamericanos como Bolivia, Ecuador y en menor grado, en países de América Central y en la región andina de América del Sur. Así se materializa esta manifestación mágico-religiosa desde el noroeste de Argentina hasta México, en zonas donde existe una gran población indígena, cuya fuerza y colorido aborigen es muy marcado, transmitido de generación en generación como parte distintiva del folklor de cada sitio donde se lleva a cabo. De allí que en el 2008, la Unesco declaró la festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de México. Actualmente, también se festeja en zonas más al sur. Por ejemplo en Buenos Aires: por migrantes del área andina central, principalmente del noroeste argentino (NOA), del occidente de Bolivia y del sureste de Perú. En Venezuela, es celebrado por el pueblo Kariña, que se le denomina «Akaatompo» o fieles difuntos, con el baile de La Llora, que se realiza en torno a una mata de cambur. Mientras que en España, el Día de Muertos se celebra en eventos culturales de inmigrantes mexicanos integrados en la sociedad española.

Ahora bien, en la época colonial, las creencias religiosas indudablemente sirvieron de mecanismo de sometimiento e igualmente como una excusa, para infligir terribles castigos a quienes no acatasen las normas impuestas por los clérigos representantes de la Iglesia en América, con penas de iban desde la imposición de rezos hasta el tormento y la tortura física y en algunos casos por las autoridades considerados más graves en detrimento de la fe, la muerte.

Al constituirse la triada de la cual todos somos hijos hoy, es decir, el mestizaje étnico entre aborígenes, europeos y africanos, se va a constituir igualmente un nuevo mundo, desde el punto de vista cultural, pues estas tres razas van a fusionarse con su pequeño mundo de vivencias y tradiciones, que dependiendo del lugar de América donde pongamos la lupa, será una de estas razas más acentuada que en otras, como en México, Guatemala, Perú, Bolivia y Ecuador, donde es muy notaria la pervivencia de elementos aborígenes en sus tradiciones, al contrario de Cuba, cuya fuerza expresiva está dominada por la herencia africana.

Ello, creó un ambiente de mitos y leyendas que amalgama una y otra cultura, una serie de consejas, como lo refiere el presbítero Dr. Carlos Borges Requena, en su discurso de orden, en la inauguración como museo de la Casa Natal del Libertador Simón Bolívar en Caracas el memorable 5 de julio de 1921: “…Es la noche de noviembre profundamente oscura. En el zaguán duerme un esclavo, como si no fuera garantía suficiente contra el peligro de ladrones el enorme aldabón de hierro que asegura por dentro el portón. Pero ¿cómo impedir el paso de los fantasmas?… Los niños, transidos de miedo, se acurrucan en sus camitas escondiendo la cabeza bajo las sábanas, sin poder conciliar el sueño. La culpa es de la negra Catalina que se ha puesto a contarles pavorosas consejas. El viento ruje entre los árboles, se precipita aullando por los solitarios corredores, y sacude las hojas de las puertas, cuyas aldabas golpean como si alguien estuviera llamando al aposento con azarosa prisa. La imaginación de los pequeños se exalta hasta el paroxismo del terror. Les parece que el aire huele a azufre y que oyen como el rastrear de una cadena. Todos los ecos de la noche, confusamente percibidos, corresponden en su alucinada fantasía a la horripilantes visones evocadas por los cuentos de Catalina: el Judío Errante, cuyo paso anuncian los perros con desgarradores aullidos; el alma en pena del Tirano Aguirre en forma de una sangrienta y lívida que corre al ras de la tierra; la silueta espectral de la Sayona con su espantosa risa de calavera; la trágica cozcoja de la Mula Maniá resonando siniestramente en la calle desierta, cerca de la ventana sobre las lajas de la acera; y la Mano Peluda arañando el portón en las tinieblas…”

Todas estas características del ambiente de épocas pretéritas, dominadas por miedo a los espantos y aparecidos, fruto de los mitos y leyendas que se fusionaron entre las aborígenes, las europeas y las africanas, dando por resultado un mundo mágico-religioso nuevo, constituyó parte de la cultura americana y que por ello guarda en algunos casos, algunas de ellas, similitudes a las africanas y a las europeas.

Las victimas del Cólera eran lanzadas a una fosa común.

Esa cultura, ese ambiente y esas creencias, fueron determinantes en un tiempo, donde el país era precario, sin luz eléctrica, sin agua corriente o por tuberías, sin baños dentro de las casas, con tan solo las principales calles empedradas y el resto de tierra, con caminos que eran recuas de bestias entre intrincados y selváticos parajes, donde el terror a los muertos y los aparecidos era una constante, dándose casos, como el ocurrido a una familia en Barquisimeto, en los dramáticos días de la peste del Cólera Morbus, donde se calcula que murió el cincuenta por ciento de la población y que, por la magnitud de los contagios y de los decesos se abreviaba la absolución, como lo comenta Andrés Eloy Blanco en sus versos titulados “El Limonero del Señor”:

La terapéutica era inútil;

andaba el Viatico al vapor,

y por exceso de trabajo

se abreviaba la absolución.

Aconteció entonces, que en el seno de una de las familias que residían cercanas al templo de San Francisco, apareció el contagio de la mortífera enfermedad, manifiesta en el progenitor de la casa, del padre de la familia, el patriarca de aquel núcleo humano, causando consternación en aquella casa, donde la “terapéutica era inútil”.

 Ante los estragos de la enfermedad que estaba diezmando a la población, muchos al ver a los moribundos con los dedos engarrotados por el dolor y los violentos calambres, abatidos por terribles vómitos, evacuaciones ventrales de materias líquidas de apariencia lechosa con grumos albuminosos, con la supresión repentina de la orina, los ojos hundidos en las cuencas orbitales, la frialdad marmórea del cuerpo, la coloración violácea de la piel, el pulso débil, una enorme afonía, con el pulso apenas perceptible y las respiración trabajosa y acompasada, tomaban la drástica decisión de enviar al agónico a la fosa común, que se había cavado en el Dividivi, que luego sería el sector “los colerientos”, hoy barrio Simón Rodríguez.

Comenta Herman Garmendia (1955), “…En todos aquellos lugares se improvisaban cementerios en sitios apartados para sepultar las víctimas llevando a los apestados, todavía vivos, al borde de las negras zanjas…”

Esta familia a la que hemos hecho referencia, actuó en consecuencia y ante los síntomas de la muerte inevitable del amo de la casa, decidieron como otros, de enviarlo aún con vida a las zanjas del Dividivi, donde fue conducido por los carreteros encargados de aquellos fúnebres traslados, hasta tirarlo a la enorme y alargada fosa común repleta de cadáveres en estado de descomposición.

Al cabo de algunas horas, el moribundo logró sobreponerse y como pudo entre aquella masa humana putrefacta y sujetándose de algunas raíces, alcanza salir de aquella tumba colectiva, siendo ayudado por algunos humildes moradores del lugar, quienes lo asistieron por varios días hasta que se restableció milagrosamente aquel barquisimetano de connotado apellido.

Ustedes amigos lectores, podrán imaginarse ese Barquisimeto de 1856, de calles empedradas solo las principales el resto de tierra y sin aceras, sin alumbrado, pues el mismo de faroles de mortecina luz encalambrada se extinguía tempranamente, donde reinaba el terror a los muertos y parecidos, de beatas rezanderas y un ambiente de aparente gran pudor, donde en las oscuridad de la noche pululaban algunos desposeídos, otros vagabundos y otros más en menor cuantía rateritos.

Consternación causó la aparición del difunto en su última noche.

En medio del más enfudado luto, los miembros de la familia ante el improvisado altar casero de profusa decoración alegórica a la ocasión, entre sirios, velas y velones, entonaban el rosario en coreada recitación, mientras palpaban las cuentas entre sus manos al conteo de las Ave María de cada misterio, siendo la última noche del novenario de ritual, cuando compungidos todos por la pérdida del progenitor, en aquella oscura noche de dolor, sienten un fuerte golpeteo sobre las maderas del portón de la calle, que se encontraba cerrado y al reiterarse los fuertes golpes que retumbaban en el zaguán, los presentes detienen el rosario y se agolpan a la entrada para averiguar quién se atreve a interrumpir con inoportuna insistencia, el rosario de la última noche del difunto. Pues bien, al abrir el vetusto portón de la calle iluminados por candelabros, la consternación fue inmensa, ocasionando el desplome de las mujeres que perdieron el conocimiento de la impresión causada ante la presencia de aquella figura en la puerta, que no era otro que el difunto, es decir el progenitor, que logró salirse de la fosa común y ser ayudado por humildes moradores del Dividivi, quienes le proporcionaron precarios lenitivos que milagrosamente contribuyeron a su recuperación.

Como decía el periodista Oscar Yánez, …así son las cosas…

Barquisimeto, domingo 05 de noviembre de 2023.

Fuentes Consultadas

Blanco, A. El Limonero del Señor. Repertorio Poético de Luis Edgardo Ramírez (1963) Segunda Edición. E. Sánchez Leal S.A. Madrid. España.

Garmendia, H. (1955) Cien años y la Divina Pastora. Tipografía Dinelli. Barquisimeto. Venezuela.

Mosquera, M. (1971) Carlos Borges Vida y Obra. Cromotip C.A. Caracas. Venezuela.

Wikipedia (2023) Día de los Fieles Difuntos [Artículo en Línea] disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_de_los_Fieles_Difuntos

Wikipedia (2023) Día de Muertos [Artículo en Línea] disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_de_Muertos

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