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Especial | La travesía de un venezolano en la frontera sur de EEUU

Por Ricardo Sánchez- / Silva@RicardoLoDice -/ El Tiempo Latino

Un bolso en su espalda, al igual que su abuela y su mamá – con quienes viajaba-, era lo que llevaba a cuestas el venezolano Ehisler Vásquez cuando pisó por primera vez el único puente migratorio peatonal asignado a dos refugiosen Reynosa, México, uno de ellos llamado “Senda de Vida”, donde tendría que esperar anotado en una lista por casi 45 días.

El desconocimiento total del proceso que debía seguir para pedir asilo en la frontera sur de EEUU no fue un obstáculo para él y su familia, quienes decidieron iniciar una travesía que tal vez jamás se imaginaron llevar a cabo cuando vivían en Venezuela hace tiempo atrás, una próspera y estable nación caribeña, que cuenta con las mayores reservas de petróleo del mundo, al menos unos 309 mil millones de barriles, de acuerdo con las estadísticas del World Factbook de la Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) para enero de 2018.

A pesar de eso, el principal producto de exportación en la actualidad, proveniente de un país en ruinas con la mayor crisis humanitaria del hemisferio, lo constituyen sus propios ciudadanos desesperados en búsqueda de una mejor vida. Así dan cuenta las cifras de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), las cuales para el año pasado anunciaron que habían alcanzado los cuatro millones de venezolanos.

Se trata de una fábrica de emigrantes, constituida por personas desplazadas forzosamente, unas con menos recursos económicos que salen por las fronteras de los países vecinos con largos trechos de camino  (las naciones de Latinoamérica albergan la mayoría) y otras con la posibilidad de al menos comprar un pasaje de avión, tal como Ehisler, quien a pesar de eso no entró como lo hacen muchos de sus connacionales, con su visa de turista, porque la que tenía era de estudiante. Así que decidió cruzar por tierra. Voló primero a Chile, donde estaban su mamá y su abuela, para luego de pasar por varios aeropuertos, aventurarse a otro mundo de flujos migratorios desconocidos (paralelo al de sus fronteras en América del Sur) entre México y EEUU. Una dura realidad aguardaba por él.

“Lo único de nuestras pertenencias que nos quedó en las manos fueron nuestros cables del cargador del teléfono, el celular, unos libros y el resto de las cosas las entregamos para que iniciara un proceso de una primera entrevista en la que comienzan a obtener información sobre quién eres y cómo llegaste, porque también es cierto que muchas personas vienen pagando coyote para que los pasen por otros medios y no por los canales regulares”.

Un refugio a la intemperie

Una vez que el joven de 26 años, cofundador de la organización Fuerza, Unión, Justicia, Solidaridad y Paz (FUNPAZ) en Barquisimeto, Venezuela, luego de haber sido víctima de la represión del régimen de Nicolás Maduro en 2014, llegó a principios de año al refugio “Senda de Vida” en Reynosa, México, se dio cuenta de que debía anotarse en una larga lista para poder ser llevado a Migración de EEUU y esperar horas para saber si podía permanecer en un lugar que a todas luces se veía colapsado.

“Para mi sorpresa me encontré a cientos de personas y parte de ellos venezolanos que estaban en ese mismo proceso para poder llegar a EEUU”. Sin embargo, la respuesta inicial fue que el refugio estaba lleno, pero luego de unas cuatro horas le dijeron “mira, allí hay un espacio,  compren unas carpas para que se puedan quedar». Precisamente eso fue lo que hizo, con temor de que algo malo les sucediera, pues había escuchado que la zona era peligrosa. Así, pues establecieron su campamento justo al lado de donde se cocinaba a leña, a la intemperie.

“Contrajimos enfermedades respiratorias. El humo era aspirado por quienes dormíamos en la parte de afuera. Todos los días llegaban personas, todos los días se llenaba más, pero duró un mes en el que no entraba nadie más. No pasaba nadie, no se sabía lo que iba a suceder. Teníamos que constantemente buscar comida porque no había nevera, ni cómo preservarla”. Otros se iban a dormir en hoteles en zonas aledañas, aún anotados en la lista. La parte interna de la iglesia que fungía de refugio contaba con unas ocho habitaciones que alojaban a su máxima capacidad entre 40 y 50 personas. Otras dormían en los espacios comunes.

En los alrededores veía niños que estaban enfermos, en condiciones realmente inhumanas. Ehisler recuerda con dolor el fallecimiento de una madre que llegó al lugar con sus dos hijos, fue hospitalizada, pero jamás regresó. Los niños quedaron en el refugio, mientras que él, su mamá y abuela ya iban de salida a la frontera. Con esa noticia, con esa imagen, se despidió de México en el vehículo de un pastor, en condiciones diferentes a las que le esperaban en suelo estadounidense. La parte más dolorosa estaba por venir.

Antes de partir, alzó la voz por la comunidad e incluso se contactó con medios locales para denunciar la situación precaria del lugar. Durante su estadía se encontró con personas de 22 nacionalidades, según su propio conteo. Su estimación apunta a que solo en ese establecimiento el 50% eran cubanos, un 25% venezolanos y el resto entre mexicanos y centroamericanos. En total entre 450 y 500 personas incluidas las que dormían fuera del lugar, todas con  un mismo objetivo, cruzar la frontera y pisar suelo americano.

Nueva ruta para los venezolanos

“Conozco bien la realidad de Venezuela, pero ver lo que vienen sufriendo los venezolanos y escuchar situaciones lamentables, como a quien le habían matado a su esposo o hijos, huyendo del mismo tema de la persecución por parte de la dictadura en Venezuela, era un patrón que escuchaba: ‘Mira, me vine porque mataron a mi esposo y llegaron a mi casa, o porque los colectivos (grupos paramilitares armados por el régimen) empezaron a dispararle a mi casa, ya que fulano de tal en una posición de poder me amenazaba constantemente’”.

El joven activista de DDHH notó que los venezolanos que llegaban al refugio, por lo general, ya habían estado en este país previamente, pero no tenían planeado regresar. “Escuchaba que sus familiares estaban en EEUU”. Lo cierto es que esta experiencia es parte de una nueva ruta desconocida que decidieron tomar quienes huyen del régimen de Maduro como otra opción, más allá de las que pueden encontrar en los países latinos vecinos. 

Aunque la cantidad connacionales con las que pudo compartir tanto en el refugio como en su futuro centro de detención no sería la mayoría (aún no hay cifras oficiales sobre el número de venezolanos que cruzan por la frontera sur), el hecho de que en el refugio una cuarta parte fuera de su país (la mayoría llegan por vía aérea), es reflejo de las cifras que sí hizo pública el Servicio de Inmigración y Ciudadanía de EEUU (USCIS, por sus siglas en inglés), en cuanto a Venezuela como el primer país solicitante de asilo político en enero de 2019, con 2 mil 064 aplicaciones recibidas, por encima de Guatemala y China en segundo y tercer lugar respectivamente.

Este patrón se ha comportado similar para los solicitantes provenientes del país sudamericano en 2017 y 2018, años en los que destronaron a China de su primer lugar en peticiones de este tipo por una década consecutiva (20% y 27% del total de solicitudes).

Esposado de pies, caderas y manos

Ehisler, publicista de profesión y activista pro DDHH en su ciudad jamás pensó que podría llegar a usar un uniforme de detención y esposas en Estados Unidos. En su natal Barquisimeto, protestar ante el Consejo Nacional Electoral (CNE), por lo que consideraba un fraude luego de que Nicolás Maduro ganara las elecciones presidenciales, le valió que efectivos de seguridad del régimen arremetieran contra su humanidad y le propiciaran cinco disparos de perdigones directo a su rostro, que causaron que el área de una de sus mejillas se desfigurara, mientras que otros tres fueron a parar a su espalda. Las fotos se hicieron inmediatamente virales en las redes sociales.

A pesar de eso, junto con otras víctimas de las protestas creó FUNPAZ y siguió con la lucha, en su caso, hasta que la persecución no le dejó otra opción que emigrar. Lo hizo a este país, ya que el resto de sus familiares se encuentra acá.

El 10 de mayo a las 5:35 pm los funcionarios de Migración México lo entregaban, junto a sus familiares a las autoridades de EEUU. Allí los separaron, pues las mujeres debían ir a otro centro distinto al de hombres.

“Llegamos a un lugar que le llaman ‘La Hielera’, es un sitio muy muy frío, se han visto algunas imágenes de cómo son y el hacinamiento que se vive ahí porque también están colapsadas. Había personas que tenía como una especie de papel aluminio que era para cubrir el frío, la mayoría de gente temblando luego de pasar días ahí sin bañarse. Duré cuatro días, no puedes hablar fuerte, sabes que constantemente tienes a alguien ahí diciendo que hagas silencio y que no te acuestes. Dormíamos sentados, era muy difícil dormir por el frío, porque era algo que te penetraba en los huesos, lo que hacías era que te recostabas en una pared”.

El desayuno, almuerzo y cena eran burritos del tamaño de su puño envueltos en papel aluminio, a veces con una botellita de agua, en otras ocasiones sin líquido. La primera entrevista que enfrentó fue de una hora aproximadamente. “Uno de los oficiales me preguntó: ‘¿Ehisler, por qué protestabas en Venezuela?’ Yo le decía que lo hacía para exigir un derecho. ‘No, no protestes’ – respondía el funcionario -. Eso fue algo como que: ‘no me digas que no lo haga porque sé que es un derechoestablecido en la Constitución’. Palabras como esas comenzaron a hacer ruido en mi corazón, porque no venimos realmente porque queremos, sino porque estamos obligados a hacerlo, salimos por el miedo de que nos pase algo, de que nos maten o nos metan presos, de que le pase algo a nuestra familia”.

“Al salir de la entrevista, nos montan en una van totalmente blindada y nos llevan a un centro de detención, nosotros no sabíamos nada, absolutamente nada de lo que va iba a pasar, cuál era el centro de detención al que nos van a enviar. Sabíamos que había un expediente y no te dan una maleta, sino una bolsa transparente con los artículos básicos (teléfono celular, auricular, cables para cargar y algunos libros que llevaba), el resto de las cosas se quedan allá. Migración te pide que te quites los cordones de los zapatos y te montan en el carro”.

En ese traslado duró en total unas tres horas y pasó por tres centros de detención: primero Puerto Isabel, luego El Valle, para finalizar en el Centro de Detención Prairieland, Texas, donde finalmente cumplió el resto de su estadía por 90 días, hasta que le dieron un Parole, con el que pudo salir mientras se procesa su caso, al igual que el de sus parientes con quienes viajó.

“Te esposan las manos, la cadera y las piernas. Todos estábamos esposados, teníamos mucha hambre, había algunos sándwiches o refrigerios para nosotros y como el oficial no podía pasarlos, entonces dijo: ‘recójanlos de uno de los asientos’ . Imagínate todos esposados y amarrados. No se podían acercar para dárnoslos a pesar de que no éramos delincuentes, ellos ya habían identificado más o menos a quién traían en esa camioneta”.

Para el venezolano, estar recluido en ese centro de detención puso a prueba sus emociones, fe e integridad moral. “Reencontrarme con mi familia creo que fue la experiencia más hermosa de mi vida, de este proceso. Es como estar ahogándose y llegar a la orilla, fue la mejor experiencia”.

Hace un mes salió y aún no hay una fecha de corte, no sabe dónde y cuándo va a suceder. Solo está seguro de que debe buscar un abogado, pero no cuenta con los recursos necesarios hasta ahora. 

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