«En mis reflexiones no deja de ser acuciante la idea de cómo rescatar el futuro, construido sobre este infausto presente, para las próximas generaciones». Neuro J. Villalobos R
A pesar de que México y al parecer la Argentina quieren experimentar en cabeza propia la tragedia que ha significado la “revolución” castrocomunista en Cuba y la rimbombante “revolución del siglo XXI” en Venezuela, creo que ese vocablo ha perdido su significado y ha caído en desgracia para su uso por las generaciones futuras. Todas las revoluciones son terribles, manifiesta Angel B. Viso.: las revoluciones terribles no solamente pretenden justificarse mediante la razón, sino fundarse en la ilusión de un precedente remoto, difícil distinguir de la utopía.
También Octavio Paz en el año 1982, con ocasión de recibir el premio Tocqueville en Francia, se refería ya a la vieja acepción del vocablo revolución, como la primacía del pasado y del tiempo cíclico, para concluir melancólico que “la revolución comienza como promesa, se disipa en agitaciones frenéticas y se congela en dictaduras sangrientas que son la negación del impulso que la encendió al nacer”.
En Venezuela después que una asonada militarista fracasara en medio del ruido de tanques, del miedo de soldados confundidos y comandantes cobardes, los dirigentes de la misma llegaron al poder utilizando la democracia para acabar con ella e imponer su aberración autocrática y un sentido cuartelario de la vida.
En uno de sus artículos agudamente analíticos, el exjefe guerrillero de El Salvador, Joaquín Villalobos, expresa que en Venezuela, como ejemplo de otro intento de revolución fracasada, “se produjo un engendro en el que se combinaron la utopía izquierdista, el autoritarismo militarista, el oportunismo geopolítico, la ineficiencia de gobierno y el dinero como factor de cohesión”, para concluir con todo lo que nosotros hemos experimentado, aguantado estoicamente y sufrido dolorosamente: “Al final todo esto ha sido una gran estafa, la extrema izquierda engañaba al chavismo, los militares engañaban a la extrema izquierda, los cubanos engañaban a los venezolanos, los chavistas se engañaban ellos mismos y todos juntos engañaron a los más pobres”.
Creo que intelectualmente las revoluciones ya no tienen sustento ni asidero. Lo que procede es meterle el hombro y poner nuestra conciencia y talento al servicio de la democracia y de la libertad. Estas tienen unos contenidos de valores irrenunciables como lo son el respeto a la existencia de cada individuo a vivir la vida con dignidad y el derecho a ser de acuerdo con sus propios valores éticos y morales.
Una democracia moderna debe sustentarse sobre una base única que es el sistema jurídico que la rige, y sobre ella numerosas realidades plurales. Es necesario reaccionar y tener una visión trascendente de nuestras propias capacidades para reconstruir el país conforme al ideal que soñamos. La idea del “hombre nuevo” convertido en desiderata de las revoluciones y regímenes totalitarios, no es un problema de ideologías sino un asunto que tiene mucho que ver con los valores. [email protected]