Mi madre siempre me decía, y jamás como regaño, sino como una lección: “hijo, no agarres el pan, espera a que nos sentemos todos en la mesa para que comas completo”.
Entre sus consejos para ser un hombre de bien, ella hacía especial énfasis en el significado de compartir la mesa, en el momento que fuera…, incluso una merienda. Hoy entiendo que más allá de consumir alimentos, se trata de un momento de encuentro sincero donde se demuestran valores y principios. Obviamente, ¡también modales!
También es la oportunidad de demostrar la generosidad del corazón, decía mamá, y por eso también me enseñó, cuando algún amigo se quedaba a comer con nosotros, que donde come uno, comen dos.
Eso sí: todo el allí se sentara tenía que seguir los protocolos, porque el respeto a la mesa comienza desde mucho antes: con el infaltable lavado de manos, o con una buena ducha si habíamos estado jugando. Y cuando es el caso, el agradecimiento al Poder Superior por proveer los alimentos.
“En la mesa nos sentamos todos como una familia que somos”. Sabias palabras que mamá corroboró con el ejemplo, el mismo que hoy sigo practicando y que transmito a mi familia, hija y sobrinos, porque así preservamos la UNIÓN FAMILIAR y valoramos el esfuerzo y el trabajo detrás de cada bocado.
Por @JulioUrdanetaM / FotoShooting: @iamdanisosa