Este martes, Venezuela llega a mil días sin aumento de salario mínimo, algo sin precedentes en el país, apunta la Asociación de Profesores de la UCV (Apucv) en sus redes sociales. Su presidente José Gregorio Afonso acota que el gobierno paga varios bonos que incrementan el ingreso en unos $130, l realidad es que el salario mínimo sigue en 130 bolívares (menos de tres dólares al mes).
Estos mil días «han sido días de precaridad», subraya, «con el agravante de que, cada vez que pasa un día, la situación se complejiza más». Como investigador, analiza que en Venezuela «ha desaparecido la clase media, y la pobreza por ingreso sigue siendo crónica».
Han sido mil días que José Patines, dirigente de la Coalición Sindical Nacional, no duda en calificar como terribles. El sector público lo ha sufrido especialmente -apunta -, «y ya en las instituciones públicas no hay empleados calificados; y en el sector privado es donde podría estar el personal más preparado, pero mal pagado», reseña Contrapunto.
Cuando se aprobó el último ajusta salarial la paridad cambiaria era de 4,30 bolívares por dólar, rememora Afonso. «Hoy está rondando los 50 bolívares. Queda claro que hay un deterioro real del salario en Venezuela. Han desaparecido los contratos colectivos, y si desaparecen los contratos colectivos, quedan sin efecto las organizaciones sindicales y gremiales».
Para los trabajadores «esto ha sido una calamidad», insiste Patines.
Para las universidades venezolanas estos mil días han sido de deslave de recursos humanos: «Profesores que se van, empleados que se van, obreros que se van, y sin posibilidad de reponer de forma exitosa», expone Afonso.
En conclusión, para el profesor ucevista «no hay virtud alguna en estos mil días que pueda exhibir el país, y ha desvalorizado el trabajo y, con él, el estudio, porque buena parte del trabajo que deriva de la formación académica es trabajo asalariado».
¿De qué viven los trabajadores?
El salario mínimo se redujo a 0,5 % del costo de la canasta alimentaria, según las estimaciones del Cendas-FVM. No hay que ser Albert Einstein para corroborar que el sueldo no alcanza para sortear el costo de la vida. Eso significa, como lo detalla Patines, que venden perrocalientes, trabajan en la informalidad, barren calles, trabajan como mototaxistas o taxistas.
«Están haciendo cualquier cosa menos para lo que se prepararon», enfatiza.
La gente en Venezuela vive o sobrevive, puntualiza Afonso. Se dedica «a trabajar tanto como puede y de sus familiares, porque en un país con ocho millones de migrantes las remesas son muy importantes en la dinámica familiar». Cada vez se trabaja más y la aspiración es dedicar más horas a generar ingresos. Los docentes que pueden continuar en el área académica saltan de una universidad a otra, se ofrecen como consultores. «Si no, atiendo mi emprendimiento de comida en el estadio en temporada de beisbol, o mi carro lo pongo en alguna empresa» de transporte.
En el caso del sector público la decisión para trabajadoras y trabajadores no es fácil, porque son «20, 30 años preparándose, ¿para dejarlo todo así? No es tan fácil». Para los trabajadores del sector privado tampoco es coser y cantar, porque deben decidir empezar de nuevo.
«La canasta alimentaria cuesta 560 dólares. ¿Qué bonos paga el gobierno que cubran la canasta alimentaria? Lo más que paga el gobierno son 100 dólares mensuales bonificados, que no cuentan para vacaciones, aguinaldos ni antigüedad», advierte Patines. «El gobierno no puede seguir mintiéndole al mundo diciendo que paga un bono cuando la gente lo que quiere es poder adquisitivo».
Propuestas sobre la mesa
Un equipo de apoyo que sustentó la propuesta salarial de la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV) llegó a la conclusión de que es posible, para el Estado venezolano, pagar un salario mínimo equivalente a 200 dólares. Ese es el punto de partida de un ajuste salarial para varios gremios.
Otras organizaciones mantienen la exigencia de un salario mínimo igual al costo de la canasta básica; es decir, más de mil dólares. Patines propone de 1.500 a 2 mil dólares, y apunta que, como dirigente sindical, le corresponde demandar lo que un trabajador necesita. «La gente no puede seguir pagando la deuda externa que hoy tenemos».
AC