Rendirse en el primer tropezón, no es opción. Es una lección de vida, una alerta para afrontar las posibles piedras que se presenten en el camino hacia el logro del propósito de vida. Así asumió Alfredo López el revés en el negocio que levantó durante 28 años.
Él, como la mayoría de los venezolanos, no escapa de la situación económica del país. Un hecho que recuerda es el retiro de circulación del billete de Bs. 100, (marrón), que aunado a otros elementos, fue la estocada mortal para el negocio, comenta sin melancolía alguna.
Durante casi tres décadas, su vida fue un constante viaje hacia Caracas a comprar textiles, sobre todo lencería y blusas, para comercializarla en Chabasquén y ciudades de Lara y Yaracuy.
Con tesón, honestidad y respeto logró una cartera de clientes muy amplia. Su método consistió en ofrecer al comprador facilidad de pago: al entregar la mercancía cobraba 50%, y el resto en 15 días. Fue exitoso.
Aumentar las ventas era meta constante, y considera que para ello el incentivo es fundamental. Por ello, a quien vendiera toda la ropa le regalaba seis piezas. Esta iniciativa también le resultó.
El negocio estaba en la cima, pero no el país. En 2018 vencía la decimocuarta prórroga del Banco Central de Venezuela para recoger el ‘marrón’. Las filas en los bancos eran bestiales, el tiempo se agotaba.
El teléfono de Alfredo no paraba de repicar. Sus clientes lo llamaban: “ven a buscar tu dinero”, le pedían.
“Tenía que definir a dónde ir, evaluar si valía o no la pena buscar ese dinero”, recuerda. El tiempo transcurre inexorable y el plazo se agitó, como también gran parte de su capital financiero. No recuerda cuánto perdió, pero fue millones.
“La realidad es cruda, pero rendirse no es opción, la vida continúa”, dice Alfredo con parsimonia y sin mencionar, en algún momento de la conversación, palabras como fracaso o decepción. Habla con entusiasmo y hasta se ríe. No culpa ni responsabiliza a otros, ni siquiera a sí mismo.
Y es que, como en todo proceso de reinvención, la actitud hace la diferencia entre el éxito y el fracaso. Él lo sabe, y por eso con buen humor, se reinventó. Para ello contó también con algo fundamental: el apoyo de su esposa Erika y de sus dos hijos.
En desesperante contexto: escasez de gasolina, de dinero en efectivo, de hiperinflación, decide viajar a Colombia. Se fue como pasajero y allí aplicó su experiencia y el mismo método: vendía la ropa que compraba en Caracas, lo cual fue una novedad allá.
De retorno a Barquisimeto trae chucherías, comida y otros artículos. Si, el trabajo es arduo, pero la clave es hacerlo con entusiasmo, ese que surge de tener claro el propósito y de creer en sí mismo, en sus fortalezas. En su caso, es así.
¡Ah!, y muy importante: no se hace falsas expectativas: sabe que llevar mercancía desde Venezuela es menos rentable, pero conserva y ha hecho clientes quienes le hacen pedidos y lleva sus encargos.
Le tocó salir de su zona de confort. Instalarse en un mercado al aire libre no estaba planteado, pero ante la circunstancia alquila un puesto en el mercado Ruiz Pineda, al oeste de Barquisimeto, donde labora cuatro de siete días de la semana.
La falta de dinero en efectivo no es obstáculo. Su hijo buscó un punto de venta y en puesto pulcro y ordenado vende mortadela harina de trigo, pastas, huevos y todo tipo de golosinas, porque “los combitos de chucherías, están de moda, se venden mucho”.
A seis meses de emprender este negocio, dice que se ha adaptado al bullicio de su nuevo espacio. “Me siento bien, estoy contento… Trabajando como un inmigrante para no migrar”
En su experiencia, lo primero que se necesita para salir adelante es estar dispuesto, y trabajar. “Eso lo he aprendido en mis 52 años de vida. Mi esposa Erika y yo tenemos dos hijos y como familia superamos los obstáculos”.
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Aura Rosa Castillo.
Foto: Ángel Zambrano / @angelzamb11