1928 Febrero y el Automovilismo en Barquisimeto
Hace treinta y cuatro años, entrabamos en la sala de redacción de El Informador, atendiendo la llamada del licenciado Altidoro Giménez, entonces Jefe de Redacción, quien en su atenta deferencia para con nosotros, ante el fallecimiento de Hermann Garmendia, nos proponía que continuásemos la página que el desaparecido y renombrado cronista de Barquisimeto escribía semanalmente y que llevaba por nombre “Crónica de la Nostalgia”, la cual en su primera edición bajo nuestras riendas, apareció, dedicada a su autor original y que titulamos en esa oportunidad “Tributo a Hermann Garmendia”, ilustrada con diez fotografías de quien nos adiestrara en la crónica, encausando nuestras inquietudes por certeros senderos, a través de los cuales desgranar con fácil acento, todo el acontecer del pretérito barquisimetano, como una voz silente anunciando un tiempo que se fue. Esa, nuestra primera página, aparece el lunes 28 de mayo de 1990.
Desde aquellos días, son muchas las vivencias, las experiencias acumuladas y las realidades y los sueños que se trastocan en el día a día de un quehacer que no produce fortuna, pero sí grandes satisfacciones y ese halo indescriptible que nos envuelve como luminosa aura y que en la calle, hace que la gente nos detenga, con el comentario de algún pasaje leído, en lo que después nos dará nombre, como lo es esta publicación, que desde el 25 de junio de 1990, empezó llamarse “Reseña de la Añoranza”. Semanalmente al entrar al viejo edificio de los años 40 levantado por don Cruz Duque, para la Galletera El Ávila, sede de El Informador, encontrábamos mensajes y fotografías, que le gente nos dejaba en la recepción para que comentásemos tal o cual hecho, de esa acontecer aparentemente intrascendente que tiene los pueblos en su cotidiana existencia, desde el lustrabotas de fama en la esquina de La Francia, hasta la llegada de una superestrella de la cinematografía mexicana al Hotel Lara, como la prohibición de una exótica bailarina extranjera, por considerar impúdica su actuación, así el humilde músico, que para ganarse la vida era policía con morrión inglés y alpargatas, quien para llevarse al detenido al cuartel de policía, solo le bastaba con una de sus enormes manos, sujetar el par de muñecas del arrestado y de allí a pie por las angostas calles, llevarlo al calabozo, cuyo trabajo no le impidió ser inspirado compositor de bellos valses, vivaces pasodobles y sentidos bambucos.
Ese feedback entre la gente, entre el pueblo barquisimetano, ha sido fuente inagotable de interesantes pasajes del menudo acontecer de esta urbe crepuscular, ha sido fuente inagotable de nuevos hallazgos, fuente inagotable de inspiración y en consecuencia estimulo permanente que nos aviva la flama interna del amor por el terruño y por consiguiente, el aporte sincero que contribuya al enriquecimiento de la cultura colectiva, que contribuya al fortalecimiento del sentido de identidad y de pertenencia con esta su casa, que no es otra que su ciudad, es decir, Barquisimeto, este pedazo de tierra bajo este pedazo de cielo, la tierra en la cual nacimos y el cielo bajo el cual queremos morir, como lo dijera en el proscenio del Teatro Juares, la noche del 17 de abril de 1917 el presbítero Dr. Carlos Borges.
Un buen día, en que llegamos a nuestra casa, nuestra abuela Ángela María Rodríguez Cuello, nos dice, – por ahí estuvo una gente y te dejó ese sombre que está en el mueble – entonces nos acercamos al asiento de la poltrona, donde reposaba un sobre blanco tamaño oficio, que estaba a reventarse por el contenido que lo convertía fisonómicamente como en una gruesa hallaca. Al abrir, el grueso sobre, nuestras pupilas se dilataron ante el asombroso hallazgo, la emoción fue creciendo y al esparcir su contenido sobre el escritorio, fue un momento indescriptible, era el Santo Grial para un amante empedernido de la historia de su ciudad, de un amante de esa historia que se cuenta a través del testimonio gráfico, cuya curiosidad nos lleva a agudizar las pupilas para captar el detalle de la ambientación que constituye la imagen congelada en el tiempo mediante el obturador del lente fotográfico, pues aquel legajo de fotografías originales tamaño postal, correspondía al registro de los carnavales barquisimetanos de 1928, el primer carnaval que fue un auténtico alarde del automovilismo en aquella urbe de angostas calles, aun con los márgenes extremos de la calzada con el ángulo de la acera, de piedra y el centro de la misma, con lozas de concreto o “macadam”, ya que aún transitaban en gran cantidad bestias por las calles; mulas, burros y caballos que transportaban tanto mercancía, como personas y para que no se resbalaran con el encementado de la calzada se dejó una tira del empedrado entre el canto de acera y la calzada.
Y es que, el testimonio gráfico tiene una importancia medular, como lo refiere Ángel Luis Cervera Fantoni (2024) en su trabajo “Importancia y valor de los documentos gráficos y fotográficos para la historia”, donde destaca: “…Las imágenes captadas por una cámara constituyen una fuente histórica de primera magnitud. Las fotografías suponen un material de gran valor para el historiador o investigador, ya que completa y complementa el discurso histórico elaborado a través de la utilización de fuentes tradicionales como son los documentos de archivo o la prensa, es decir, las fuentes textuales…”
Pues bien, al barajar el nutrido legajo de fotografías entre nuestras manos y examinar el modelo de los automóviles, las vestimentas y el aspecto fisonómico de la ciudad, fuimos develando detalles que nos permitieron, ubicar la data de aquellas gráficas, dirigiéndonos de inmediato a la biblioteca, para hojear el libro de Raúl Azparren “Barquisimeto, paisaje sentimental de la ciudad y su gente” (1972), donde el autor hace una detallada descripción de aquellos carnavales, donde factor principal de la planificación lo constituyó el Dr. Honorio Sigala, como Presidente de la Junta Organizadora, siendo nombrada reina de aquel memorable carnaval, la señorita Amalia Rosa Crespo. Al respecto comenta Raúl Azparren: “…La Junta Directiva, queriendo hacer más compacta la carrera o desfile, agrupando así el mayor número de personas en la calle, limitó el paseo, que saliendo de la esquina de Altagracia llegaba a la Avenida 20 y luego al Oeste hasta la Bensaya, cruzando al Sur para llegar al Teatro Lara, tomando de ahí la carrera 19 y siguiendo dicha esquina de Altagracia en una continua rotación. Todo el trayecto recibió iluminación a base de bombillas de color, en lugar de las clásicas bambalinas multicolores, pero con la misma profusión de éstas. Su Majestad Amalia I fue Coronada en Teatro Cine “Bolívar”, el sábado de carnaval, recibiendo el saludo de los coraceros, formado por un grupo de jóvenes entre quienes se recuerda a Ernesto Bensaya Pérez, Lino Iribarren Celis, Rodolfo Ortega y otros…”
Sin embargo, los testimonios gráficos que nos hicieran llegar anónimamente hace treinta y cuatro años, nos muestran que la concentración fue en la entonces Plaza Miranda, hoy Plaza Bolívar y que de allí partió el desfiles automotor por las calles citadas por Raúl Azparren en su evocación, lo cual nos confirmara un testigo de excepción, como lo fue el padrino de bautismo de nuestra madre, donde Luis Valera, primo hermano de nuestro abuelo Rafael Miguel López Valera, quien para la fecha en cuestión contaba con 28 años.
Los testimonios que recogimos, reflejaban lo inusitado que aquello fue y por lo tanto el impacto que aquel desfile automotor causó en aquella pequeña ciudad de 10.607 casas y 59.187 habitantes. Era de ver la sonrisa, que se dibujaba en el rostro de don Luis Valera, al cerrar los ojos y evocar las imágenes de aquel carnaval, los automóviles decorados con flores de papel, la alegría que se aprecia en los rostros de quienes están fotografiados y esa atmósfera, que todos cuentan reinó en aquellos días.
Ese alarde del automovilismo, repercutió en una serie de aspectos de la ciudad, como la instalación de los primeros surtidos de gasolina, que vinieron a desplazar la práctica de vender las latas de gasolina en las pulperías y ferreterías, como en la primera venta de autopartes de M. D. Cariño, en la planta baja del Hotel La Francia frente al Teatro Juares, así como el asombro que causó la demolición de la ventana de una casa, de la mediación de la acera norte de la Calle del Comercio entre Av. 5 de Julio y la Calle Aldao, es decir de la actual Av. 20 entre calles 30 y 31, para instalar allí un enorme vidrio empotrado en un grueso marco de concreto armado de esquinas ovaladas, para inaugurarse así la primera vidriera, para la exhibición de venta de automóviles en Barquisimeto, perteneciente a la sucursal del Almacén Americano, de la Compañía Anónima Sucesora de W. H. Phelps, primera agencia de automóviles, camiones y sus accesorios, cuya dirección era la correspondiente a Calle del Comercio número 70, Oeste.
La fiebre despertada por el auge del automovilismo, para esa época, hizo surgir estructuras jamás pensadas, como los llamados “garajes”, que no eran otra cosa que solares con un tinglado, algunos de láminas de zinc otros de teja, donde se reparaban y se les daba servicio a los primeros vehículos automotores, siendo el primero el llamado “Garaje Moderno” en la esquina suroeste de la hoy carrera 18 con la calle 29. Este garaje, fue en principio, para guardar los carros, ya que las casas ninguna estaban provistas de estacionamiento, algunas por sus dimensiones, contaban con lo que llamaban “portón de campo” y que a su vez servía para meter los automóviles a los solares de aquellos caserones. De allí, que el nombre natural fue denominarlo “Garaje Moderno” que llegó a regentar el Sr. Manuel Anzola y cuya dirección correspondía en la nomenclatura de entonces, a Calle Agüero, número 6 Sur, es decir, que su entrada estaba por la calle 29.
Surgieron diestros personajes en la mecánica, como el Sr. Pablo Anzola, a quien tuvimos la fortuna de entrevistarnos con él y registrar sus testimonios en este sentido y que tuvo su último taller mecánico “Anzola” en la calle 42 entre la Av. 20 y la carrera 19, así como Rafael Affigne y su célebre “Garaje Affigne” en la carrera 21 entre calles 29 y 30, diseñado y construido por el Dr. Omar Soteldo, con el primer tanque presurizado para darle potencia al chorro de agua de las mangueras con que se levaban carros y camiones, además de ofrecer servicio de mecánica en general de manos del Sr. Jesús Pérez María, quien después se independizó.
Hoy hemos podido, hacer esta evocación gracias a nuestra pasión, alimentada a diario por gente en la calle, con sus comentario y el desinteresado gesto de ofrecernos fotografías y documentos que alimentan nuestro archivo y biblioteca para seguir prolongando esta labor en los medios, que hace treinta y cuatro año tuvo su inicio acá en El Informador y precisamente por nuestra Reseña de la Añoranza, un buen día nos fuera enviado aquel sobre contentivo del grueso legajo de fotografías tamaño postal de los carnavales de Barquisimeto de 1928.
Barquisimeto, domingo 11 de febrero 2024.
Fotografías: Archivo Ivan Brito López.
Fuentes Consultadas:
Azparren, R. (1972) Barquisimeto, paisaje sentimental de la ciudad y su gente. Publicación del Banco de Fomento Comercial de Venezuela. Talleres Tipográfico Mersifrica. Caracas. Venezuela.
Cervera, A. (2024) Importancia y valor de los documentos gráficos y fotográficos para la historia [Artículo en Línea] Disponible en: https://almirantecervera.com/importancia-y-valor-de-los-documentos-graficos-y-fotograficos-para-la-historia
Directorio Industrial Comercial y Profesional del estado Lara (1956 – 1957) Editorial Garrido y Cía. Caracas. Venezuela.
Liscano, M. (1923) Barquisimeto, Organización Política, Comercio, Industrias, Agricultura y Cría. Segunda Edición. Tipografía América. Barquisimeto. Venezuela.