El año empezó más convulsionado que el año que terminó. Se siguen sumando más costos políticos, económicos y sociales calamitosos. Todos los días se le agrega más arbitrariedades, atropellos y actos tiránicos que seguirán abriendo heridas difíciles de sanar.
Hoy vivimos aturdidos y no pocos creen que esto se resuelve con 4 sables y cantos de guerra de 5 personas. Honestamente, comprendo que exista mucha ansiedad y sed de justicia por tanta humillación, oprobio y crueldad. Sin embargo, eso sería vivir en un ambiente menos democrático y, por el contrario, creo que necesitamos más democracia para resolver nuestras diferencias, no menos.
Todos los días se reseñan más comportamiento de populismo barato que –desgraciadamente- está generando un altísimo costo para la población. Simplemente, los últimos años el régimen que gobierna alimenta con todo sus esfuerzos a las lacras del clientelismo, la corrupción, la ineficiencia y todas las prácticas que atentan contra la democracia y la sana convivencia nacional.
La tormenta de los últimos años, que ha traído desencantos tras desencantos a todos sin excepción, requiere urgentemente que contestemos las siguientes preguntas: ¿Cómo garantizar la convivencia de todos los venezolanos? ¿Cómo se rescata la democracia? ¿Es posible llegar al acuerdo nacional que nos enrumbe al círculo virtuoso del bienestar nacional?
Si queremos hacer un pronóstico con lo que hemos visto en las dos últimas semanas, la verdad es que no tendríamos evidencia sólida para asegurar que apaciguará el diluvio o se duplicará su mal. No obstante, me atrevería a vaticinar lo siguiente: Con decisiones reciamente unidas, la fuerza política que lidera Juan Guaidó tiene mucho poder para emprender el cambio y lograr que escampe la lluvia de miseria y calamidad que sufre nuestro país. En cambio, si afloran las divisiones, no participamos en las elecciones parlamentarias y no existe una estrategia única de toda la oposición al régimen de Nicolás Maduro, no será difícil suponer que el vendaval será más intenso y, probablemente, la extinción de la oposición democrática tocará la puerta.
En fin, toda la esperanza de reconstruir la democracia pasa –necesariamente- por volver a recuperar espacios democráticos, reunir el mayor número de fuerza política y transformarla en poder real. Léase bien: ¡Poder político real! Ese es el mismo poder que se logra cuando todo ese descontento, malestar y deseos de cambiar se convierten en votos puros y duros. No hay otra alternativa si es que se cree en la democracia.