La desaparición de los dinosaurios transformó el paisaje del planeta, pero, además podría haber sido clave en la evolución de las frutas y, por ende, en el desarrollo de nuestros ancestros primates. Un reciente estudio publicado en Palaeontology y liderado por Christopher Doughty, profesor de ecoinformática en la Northern Arizona University, sugiere que la extinción de los grandes saurópodos desencadenó una serie de cambios ecológicos que favorecieron la aparición de semillas y frutos de mayor tamaño.
Durante millones de años, los saurópodos -los mayores animales terrestres que han existido- modificaron su entorno al derribar árboles y consumir grandes cantidades de vegetación. Esta actividad evitaba que los bosques se volvieran demasiado densos y permitía que la luz del sol llegara al sotobosque. Sin embargo, tras la extinción de estos colosos hace 66 millones de años, los bosques crecieron más densos y oscuros, lo que cambió drásticamente las condiciones para la flora y la fauna.
El crecimiento de las semillas y frutas grandes
En estos nuevos bosques más densos, las plantas con semillas más grandes tenían una ventaja evolutiva, ya que podían desarrollar árboles más altos y fuertes, capaces de competir por la luz solar. Como consecuencia, muchas especies vegetales evolucionaron para producir frutos más grandes y atractivos, lo que facilitó su dispersión a través de animales frugívoros. Entre estos se encontraban los primeros primates, quienes encontraron en estos frutos una fuente clave de energía y nutrientes, favoreciendo su adaptación y evolución.
Evidencia en el registro fósil y modelado computacional
El equipo de investigación liderado por Doughty desarrolló un modelo que replica el aumento en el tamaño de semillas y frutos tras la extinción de los dinosaurios. Este modelo se basó en datos del registro fósil y en el impacto de grandes animales sobre la estructura de los bosques. Sorprendentemente, también predijo un fenómeno observado hace 35 millones de años: una reducción en el tamaño de las semillas, coincidiendo con la aparición de nuevos grandes herbívoros que abrieron nuevamente los bosques, permitiendo la entrada de luz al sotobosque.
El estudio también señala que, en tiempos recientes, los humanos han desempeñado un papel similar al de los dinosaurios en la configuración del entorno forestal. A través de la deforestación y la agricultura, hemos abierto claros en los bosques, lo que ha modificado las condiciones de crecimiento de muchas especies vegetales. Sin embargo, si la humanidad deja de influir en estos ecosistemas y no surgen nuevos «ingenieros ecológicos» que cumplan esta función, podría iniciarse un nuevo ciclo de oscurecimiento del bosque, favoreciendo nuevamente la evolución de semillas más grandes.
Este estudio refuerza la idea de que los eventos de extinción masiva tienen repercusiones que van mucho más allá de la desaparición de especies individuales. La ausencia de los dinosaurios no solo permitió la aparición de los mamíferos como dominantes del planeta, sino que también generó cambios ecológicos profundos que favorecieron la evolución de las frutas y, en consecuencia, el desarrollo de los primates y, eventualmente, de los humanos. La próxima vez que comas una fruta, podría valer la pena recordar que su existencia podría deberse, en parte, a la extinción de los dinosaurios.
Foto: europapress.es