Mi padre partió de este mundo cuando yo apenas comenzaba a conocerlo. Sin embargo, tengo la fortuna no sólo de recordarlo, sino de mantenerlo vivo con las nobles imágenes que me regaló.
Papá trabajaba mucho, le gustaba trabajar, y recuerdo que los frutos de su trabajo los disfrutamos todos, mis seis hermanos y yo. Me daba cuenta de que sus hijas eran su ‘lado flaco’, pero sería injusto negar que a todos nos trató con amor. Jamás nos llamó la atención de mala manera y nunca conocimos un correazo suyo.
Era cariñoso. Cuando llegaba a casa, nos ponía a hacer una fila para que cada uno lo saludara y él nos diera la bendición. Nos gustaba porque casi siempre nos sorprendía con galletas, panes rellenos, dulces de guayaba, de leche o de coco.
Así comenzaba a tener noción de mi padre, hasta que la tragedia nos tocó la puerta. Fue en enero de 1958, durante el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez. Se oía mucha bulla en la calle. Estábamos encerrados en la casa. Mamá no nos dejaba siquiera asomarnos por las ventanas.
Eran días de angustia y zozobra. Papá había viajado a Colombia y de regreso a Venezuela, en el camino entre Cucutá y San Cristóbal, lo mataron. Nunca me contaron qué pasó, pero escuché que familiares de papá desempeñaron cargos importantes en la administración del General.
Muchos años después, me pregunté si mi padre, el hijo de inmigrantes que llegaron a esta tierra provenientes de sus países destrozados por la guerra, pagó –o le hicieron pagar- con su vida, otra guerra que no era suya.
Pero esa inquietud no me atormenta. Recuerdo a mi papá con nostalgia y admiración, y sé que su ejemplo le dio a mi madre el valor de sacar adelante a sus siete hijos.
Esta es sólo una de las #HistoriasReales que publicamos hoy con motivo de este Día del Padre. ¿Ya leíste las demás? ¡Te conmoverán!
Historia: #AntonioSeijas / FOTO: Serie padres en la calle, de @AngelZamb11