La peruana Augusta Carhualla quería para su funeral música de los Andes con arpa y violín y que estuvieran presentes sus 10 hijos y casi 50 nietos. Pero cuando murió, a los 91 años, sólo la acompañaron dos personas.
Su hijo Alipio Velasco y su nuera Evelyn Lagos fueron los únicos que la despidieron antes de que su féretro blanco ingresara al crematorio del cementerio El Ángel.
Augusta no murió de coronavirus, pero la ceremonia fue modificada en medio de los cambios normativos que Perú impuso para frenar la expansión del virus.
En varios países de la región, Europa y Asia se han dictado normas específicas para las tradiciones fúnebres, principalmente la drástica reducción de dolientes en los funerales.
Se acabaron los velorios en España, Ecuador, Bolivia, Colombia, Argentina y Guatemala. Sólo duran dos horas en El Salvador, México pide que no se hagan y Chile que se anule el contacto físico.
En España, donde murieron más de 21.000 y uno de los primeros focos de infección fue un funeral, ni siquiera hay velorios para los que fallecieron por otras causas.
Para las víctimas del COVID-19, en Ecuador -con más de 500 muertos- se admite un acompañante, en Bolivia no hay abrazos ni besos entre los 10 dolientes permitidos y en El Salvador parten en absoluta soledad.
Nadie puede mirar por última vez el ataúd antes de la despedida final en varios países de la región. En Guatemala los cadáveres tienen seis horas para ser enterrados y evitar terminar en una fosa común. En Panamá los católicos pueden guardar las cenizas en iglesias hasta que pase la pandemia.
“Es triste, nos priva de toda costumbre”, dijo Lagos, quien relató que doña Augusta también quería que unos bailarines, usando unas tijeras, ejecutaran una danza ancestral de los Andes.
Recorriendo el salón de recepciones vacío al que los familiares llegaban en masa antes de que un cadáver ingresara al recinto en llamas, José Salcedo, el supervisor de un crematorio, no deja de sorprenderse.
“Este ambiente se solía llenar, venían con bandas folklóricas”, dijo el supervisor al recordar que los familiares bailaban, cantaban y bebían antes de dejar partir al fallecido.
La pandemia provocó que Perú ordenara en marzo estrictas normas para tratar a los fallecidos por el virus, entre ellas eliminar los velorios y sólo permitir hasta dos familiares durante la cremación.
Pero los crematorios peruanos también aplican estrictas medidas incluso para los que no murieron a causa del nuevo coronavirus como el caso de Augusta, que falleció por un derrame pleural.
Lo mismo le ocurrió a Rodolfo Cortez.
En medio de su tristeza por no poder recibir la visita de su única nieta por la cuarentena -que en Perú empezó el 16 de marzo-, Cortez, de 90 años, falleció el sábado de un paro cardiaco en la soledad de un asilo de Lima.
Evelyn Ramírez, su única nieta de 19 años, lo despidió junto a su enamorado debido a que el resto de la familia vive en Ecuador y España.
“Le dolían sus huesos, ya no podía caminar”, dijo Ramírez en una entrevista mientras apretaba con sus dedos un cuadro con fotografías de ella de cuando era niña y de su abuelo.
“Él nunca quería estar solo, siempre decía que no lo dejemos solo”, sollozó.
En América Latina hay al menos 98.000 personas infectadas y más de 4.800 muertos.
El coronavirus ha infectado a más de 2,5 millones de personas y causado la muerte a más de 171.000 en todo el mundo, según el Centro de Ciencias e Ingeniería de Sistemas de la Universidad Johns Hopkins, que basa sus datos en los informes de los gobiernos y las autoridades de salud de cada país. AP
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