Hoy jueves 23 de enero de 2020 se cumplen 62 años de la caída de la última dictadura militar, de las tantas que ha sufrido Venezuela.
En efecto, el 23 de enero de 1958, tras diez años de haber tenido sometidos a todos los venezolanos a base de la represión y del terror, caía el oprobioso régimen de Marcos Pérez Jiménez.
El exmandatario fue un hombre regordete, de baja estatura, mostraba una pronunciada calva y no tenía escrúpulos de ninguna naturaleza, como tantos militares que han pasado por las academias castrenses venezolanas, pero poseedor –eso hay que reconocerlo– de una inteligencia innata y asombrosa, al extremo de que siempre fue el número uno de todas sus promociones.
Una inteligencia que puso de manifiesto no sólo para llegar al máximo grado de la jerarquía militar del país, sino también a la máxima magistratura ejecutiva del Estado, al precio que fuera, habiendo incluso sido el evidente autor intelectual del asesinato, el 13 de agosto de 1950, del para entonces presidente de la junta militar de gobierno, el coronel Carlos Delgado Chalbaud.
De esa forma, Pérez Jiménez, quien también era integrante de dicha junta militar, se quitaba del medio al único obstáculo de peso que tenía en ese momento en su camino hacia la silla de Miraflores, la que tanto ansiaba y a la que, como antes señalamos, ascendió al precio que fuera, porque –repetimos– no tenía escrúpulos de ninguna naturaleza.
En la madrugada del 23 de enero de 1958, el sátrapa huyó del país hacia Santo Domingo, República Dominicana, tras ver desmoronarse su régimen de 10 años de atrocidades contra los venezolanos.
Fueron centenares los compatriotas que, o murieron, o quedaron inválidos por los carcelazos, las torturas y los diferentes mecanismos de persecución y represión contra ellos puestos en práctica por el régimen perezjimenista.
Aparte de ello, se podían contar por decenas las familias que quedaron divididas, o destruidas, como consecuencia de la brutal represión hecha por el gobierno de ese entonces.
Para la caída del gobierno dictatorial, se conjugó un conjunto de factores que hicieron posible el derrumbe del régimen, algo que, pocos meses antes, parecía imposible.
El factor civil, por cierto, estuvo encabezado por millares de estudiantes universitarios y de secundaria que, durante los últimos seis meses de la dictadura, se echaron a las calles, a los barrios y a las fábricas, aún a riesgo de sus propias vidas, a incentivar la lucha del pueblo contra la tiranía.
Tras la huida del dictador, el gobierno del país fue asumido ese mismo día por una junta militar de gobierno integrada por el contralmirante Wolfgang Larrazábal, quien la presidía, y los coroneles Pedro José Quevedo, Carlos Luis Araque, Abel Romero Villate y Roberto Casanova.
Pero estos dos últimos, por presión del pueblo que abarrotaba las calles de Caracas y de toda Venezuela, se vieron obligados a renunciar como miembros de la junta, al día siguiente, es decir, el 24 de enero, por atribuírseles una estrecha vinculación con la satrapía derrocada.
Fueron reemplazados ambos por dos civiles, a saber: El empresario Eugenio Mendoza y el técnico Blas Lamberti.
Lo que ha ocurrido desde entonces es otra historia.
Reinaldo Gómez