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Hace 63 años el pueblo venezolano derrocó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez

Hace ya 63 años, Venezuela se sacudió de la última y sangrienta dictadura que asoló al país.

Efectivamente, fue el 23   de enero de 1.958 cuando el generalote sátrapa Marcos Evangelista Pérez Jiménez, a eso de las 2:00 de la madrugada, huía del país rumbo a Santo Domingo, la capital de la República Dominicana.

Allí, por cierto,  el derrocado dictador fue recibido por otro sátrapa que allí igualmente gobernaba a su antojo desde hacía 28 años, como lo era Rafael Leonidas Trujillo, conocido en el ambiente político latinoamericano de esa  época con  el apodo de “Chapita”.

El derrocamiento de Pérez Jiménez no fue obra de la casualidad

Concluía así una de las tiranías más despóticas que había padecido el país, tal vez únicamente superada –si acaso- por la de Juan Vicente Gómez, que se extendió por 27 años, esta última,  desde 1.908 hasta 1.935.

Pero el derrocamiento de Pérez Jiménez no fue obra de la casualidad, sino producto de un  largo proceso de épica resistencia de la sociedad civil y de los partidos clandestinos, que movilizaban, por supuesto también clandestinamente, a todos sus cuadros y activistas en pro de la consecución de la tan anhelada libertad.

Ciertamente –y es algo admitido por la mayoría de los  historiadores venezolanos-, fueron los partidos Acción Democrática (AD) y Comunista de Venezuela (PCV) los que llevaron fundamentalmente el peso de la resistencia, y, por supuesto, “pusieron” su cuota de muertos, de heridos, de prisioneros y también de exiliados, sobre todo el primero de ellos.

Obviamente, y eso era así porque AD constituía entonces el partido mayoritario, tenía muchos más cuadros y mejor organización, y  también más recursos logísticos y contactos internacionales.

Tras la huida de Pérez Jiménez, asumió los destinos del país una junta militar de cinco miembros, a saber: El contralmirante Wolfgang Larrazábal, quien la presidía, y  los coroneles Pedro José Quevedo, Carlos Luis Araque, Roberto Casanova y Abel Romero Villate.

No obstante, al día siguiente, y bajo la presión de una multitudinaria y combativa concentración de gente frente al Palacio de Miraflores, los dos  últimos debieron renunciar como integrantes de dicho gobierno colegiado.

A los dos se les consideraba muy ligados al gobierno despótico derrocado, y a las arbitrariedades por ese régimen cometidas. 

Ingresaron  entonces, en sustitución de ambos, el empresario Eugenio Mendoza, y el economista Blas Lamberti.

De manera tal que, así,  la junta dejó de ser sólo militar, para convertirse entonces en junta cívico-militar.

Eso sí, siempre presidida por Larrazábal.  

Breve reseña

Se indicó anteriormente que la caída de Pérez Jiménez no fue obra de la casualidad.

Al fin y al cabo, se trataba de un gobierno totalmente arbitrario, despótico y sanguinario, que llenó de terror al país durante prácticamente una década, desde noviembre de 1.948 hasta esa fecha, 23 de enero de 1.958.

El poderío –valga el término- de este militarote, nativo de Michelena, Estado Táchira, se inició cuando entró a formar parte de la junta militar de gobierno de tres miembros –junto con Carlos Delgado Chalbaud y Luis Felipe Llovera Páez- que derrocó al presidente legítimo y constitucional de don Rómulo Gallegos, en la fecha antes indicada, es decir, 24 de noviembre de 1.948.

Se afianzó cuando, el 13 de agosto de 1.950, fue asesinado a  tiros el coronel Delgado Chalbaud, para ese momento presidente de junta militar.

Por cierto, a todas luces y a los ojos de toda la opinión pública, el asesinato de Delgado Chalbaud fue planificado y ordenado directamente por Pérez Jiménez, ya que el mandatario ultimado era la única persona que le hacía peso en su camino al poder.

No obstante, vaga señalar que Pérez Jiménez todo el tiempo negó tal especie.

Nueva junta de gobierno

Tras la muerte de Delgado Chalbaud, fue incluido entonces como miembro de la junta de gobierno un civil, el doctor Germán Suárez Flamerich, incluso como presidente de la misma.

Y también, a los ojos de la opinión pública, éste no era sino un simple monigote en manos de los militares.

Pérez Jiménez se lanzó finalmente al asalto directo al poder cuando, el 30 de noviembre de 1.952, desconoció a lo Jalisco los resultados de las elecciones -convocadas por la misma junta de gobierno- para escoger a una Asamblea Nacional Constituyente que debería redactar una nueva Constitución.

Y no solamente desconoció tales resultados, sino que, en enero de 1.953,  un Congreso Nacional cuyos parlamentarios fueron escogidos por él mismo lo designó como presidente  constitucional de la república.

De esa forma, el “Gordito de Michelena” –como se le llamaba clandestinamente- recabó en torno a si todo el poder político-militar en el país, lo que le permitió cometer todos los desmanes habidos y por haber.

Y, desde se momento, por supuesto, se afianzó aún más su gobierno arbitrario y despótico.

Obviamente, la represión no se hizo esperar, y, si ya desde noviembre de 1.948 había presos y perseguidos políticos, todo eso se multiplicó a partir de allí.

Incluso, al tenebroso y recordad Servicio de Seguridad Nacional, la policía política del régimen, no se le “aguaba el ojo”, como se dice en buen criollo, para dar muerte a cualquier activista o dirigente político que le estorbase al gobierno, si consideraban que así tenía que ser.

Comienza el desmoronamiento

No obstante, la situación comenzó a complicársele al tirano en el segundo semestre de 1.957, especialmente a raíz de la pastoral de monseñor Rafael Arias Blanco, el valiente arzobispo de Caracas para ese momento.

Tal pastoral, con ocasión del 1° de mayo de ese año, fue leída en todas las iglesias del país.

En ella, entre otras cosas, Arias Blanco denunciaba las precarias condiciones en que se estaba desenvolviendo la vida de la clase obrera venezolana.

Y también denunciaba la persecución política existente.

Aparejado a ello, el gobierno dictatorial debía dar respuesta a algo que se le presentaba en el camino: La sucesión presidencial, ya que, de acuerdo con la misma Constitución vigente, el período de Pérez Jiménez concluía en enero de 1.958.

Por lo tanto, debían celebrarse elecciones presidenciales, en cualquier circunstancia.

Un invento: El plebiscito

Pero, en  lugar de eso, lo que se le ocurrió a Pérez Jiménez – inventó- fue convocar a un plebiscito para “consultar al pueblo” acerca de si estaba de acuerdo, o no, con que él se mantuviese como presidente.

Dicho plebiscito fue convocado para el 15 de diciembre de 1.957, y en él podía participar prácticamente todo el mundo, incluso hasta los extranjeros, y todo ello sin ningún tipo de registro electoral. Es decir, una bufonada, pues.

Obviamente, la “ganadora”, y además “abrumadoramente”, fue la respuesta “sí”.

Pero, irónicamente, ese plebiscito y sus resultados lo que hicieron fue incrementar la resistencia del pueblo contra el gobierno dictatorial.

De manera muy especial, fueron los estudiantes, tanto de secundaria como universitarios –sobre todo estos últimos-, los que llevaron mayormente el peso de la las luchas callejeras contra la tiranía.

La situación se descontrola

Así, poco a poco, a Pérez Jiménez se le fue descomponiendo no solamente la situación política, sino también la situación militar.

Justamente, fue ya a última hora cuando el estamento castrense decidió intervenir, sobre todo luego del frustrado alzamiento del teniente coronel Hugo Trejo, el 1° de enero de 1.958.

Finalmente, cuando ya no pudo más, Pérez Jiménez decidió renunciar y abandonar el país, tras haber dejado una estela de muertos, prisioneros políticos, perseguidos y familias destruidas, todo ello aparejado al saqueo general de los bienes del país, tanto por él como por sus más allegados.

Por cierto, es bueno que las nuevas generaciones sepan que, en Barquisimeto, la gente se enteró de la “buena nueva” cuando la para entonces tradicional sirena de la desaparecida Galletera El Ávila sonó a pleno volumen a eso de las 3:20 de la madrugada, para que todo el mundo despertara y se enterara de lo ocurrido en Caracas.

En esta histórica  fecha, saludamos al pueblo de Venezuela, y dejamos ver nuestros deseos por que en el país no vuelva a enseñorearse nada que se parezca  a una tiranía, sea  militar o sea civil.

Que así sea.

Reinaldo Gómez
Fotos: Cortesía Fototeca Barquisimeto / Carlos Guerra, archivo El Informador Venezuela

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