Cada 23 de abril es el Día Internacional del Libro en homenaje a los escritores Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de La Vega quienes murieron ese día en 1616.
La fecha coincide con el día de San Jorge, patrón de Cataluña, donde nació la tradición de intercambiar libros y rosas entre las personas para celebrar la festividad.
La lectura nos regala inteligencia, nos forma el pensamiento libre, nos despierta la creatividad. Leer es un placer que cultiva al alma.
Ha sido así desde siempre. Desde siglos. Desde las tablas de Moisés. Desde los jeroglíficos egipcios, desde el momento en que los signos se transformaron en alfabetos y éstos en escrituras.
En un libro se nos desnuda la vida. Es la copia impresa de nuestras alegrías y pesares, de amores y desamores, de arraigos y abandonos, del bien sobre el mal, en fin, de todo lo que nos atañe como humanidad.
Aunque la tecnología llegó para mejorar nuestras vidas siempre se extraña el justo momento cuando abrimos un libro nuevo. Cuando barajamos sus hojas, cuando nos cae la noche entretenidos entre ellas, son páginas que rayamos, que marcamos como recuerdo de la huella que dejan en nuestro intelecto.
La era digital nos ha privado de más bibliotecas y librerías, pero mantener el hábito de la lectura siempre es una decisión individual.
El libro ha contado a lo largo de los años con tercos defensores, desde el que lo escribe, lo edita, lo distribuye y vende. Pero también el que lo regala, lo dona, lo repara, le da una segunda vida.
Hoy con la diáspora, los libros también se quedaron huérfanos de sus lectores originales.
Algunos textos se fueron con sus dueños, a acompañarlos en sus aventuras, otros se quedaron para pasar a segundas manos. Para que el conocimiento no se interrumpa. Porque todos nosotros, y también los libros, merecemos una nueva oportunidad.
Fuente: EFE/UR
Foto: AP