Crónica Viva | Por: José Luis Sotillo < El Informador Venezuela
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Crónica Viva | Por: José Luis Sotillo

Ramona Pérez en los viejos sentimientos de los Sones de Negro.  Definitivamente, en las venas abiertas de la memoria del pueblo aguaviveño, siempre se ha expresado de la trascendencia y el buen nombre de Ramona Pérez, un personaje de viejas evocaciones, quizás por ser portador de un  amplio  conjunto de saberes tradicionales, que marcaron el rico tamunangue identificativo de esta zona.

Enraizada en la fe profunda y en el conmovedor corazón de quienes arrastrados por la herencia de sus antecesores, vivieron la etapa dorada de aquella Agua Viva; movidos por la costumbre por San Antonio y sus sones de negro, particular elemento que bordaron la cultura de este pueblo.

De allí que entre los lugareños y paisanos, surge su buen nombre; quien siendo cuerpo medular de recuerdos ejecutados y reminiscencias que en algún instante de su transitar por este espacio terrenal vivido, siempre demostró sus dotes apasionados por su inquebrantable responsabilidad como la capitana eterna de un cuerpo de baile típico de nuestra localidad.

Identificándola en su debidos años como la capitana del cuerpo femenino de bailes de negro, compartido junto a sobrados individuos de la talla de Miguel Torrealba, Carlos Espinoza, Juancito Rodríguez, el recordado Pio Rodríguez, Antonio Álvarez, Ignacio Camacaro, Juan Dámaso Rodríguez, Gil Camacaro, José Cornelio Valera, Eustaquio Gómez, y otros tantos.

Según la apreciación de sus más cercanos familiares, dicho cuerpo de baile también lo conformaban para aquel entonces: la señora Pastora López, Carmen Daniela Castañeda, Petra Arrieche, su hermana Isabel Pérez; asimismo su hermano  Saba Ramón Pérez y su respetado padre Juan Santana Orellana; sin descartar la gracia del popular Félix Yépez y la reconocida Maryita.

Oriunda de la lejana tierra morandina, se dejarían seducir en 1946 por las fecundas tierras del Valle del río Claro, en la vecina Agua Viva. Pues ya establecido cerca de la hacienda del mismo nombre, y muy distanciado del Tocuyo; donde tomaron la sabía decisión de marcharse, presuntamente, por los aparentes atropellos que ejercían los déspota hacendados; quienes pretendían pagar monetariamente con miseria a todos aquellos que por las marcadas diferencias de concepción política los distanciaban de ellos y, de este modo, ejercían presión y maltrato a sus empleados.

Una vez, establecidos en estas latitudes, tanto Juan Santana Orellana como su conyugue, María Amalia Pérez, se propondrían a erigir un rancho con las latas de dinero que traían de sus oriundas tierras, y de esta manera garantizar a sus seis hijos un mejor lugar donde desenvolverse.

Serían garantes en la conservación de sus normales manifestaciones asimiladas en el legado de un hábito enseñado de generación en generación, como lo era su pasión por el Tamunangue o los sones de negro.

Por esta razón, doña Ramona Pérez preservo la cepa, no solo de la diversidad del tamunangue aguaviveño, pues fue parte del atributo de su propia historia de vida, para quien llegada del caserío Ospinal, muy cerca del Tocuyo; formó parte del comportamiento y convicción de una devoción cargada de pasiones.

Nacida un 12 de marzo de 1938, se distinguió  desde muy joven como bailadora de negro, sin precisar la exactitud de cuando las huellas de sus movimientos se engancharon por este baile; según decían unos a los seis años, otros a sus catorce; lo cierto es, que nunca dejo la estela que le confirió el sagrado lapso u oportuno don de capitana de cuerpo de baile. Estatus que conservo hasta que años después lo dejo, por aceptar su respeto en el cristianismo, justo en su última etapa adulta de vida.

Convivio en su humilde casa de habitación en el sector el Pedregal-Agua Viva, a un costado de la quebrada el Tomo, junto a algunos arbustos de flor de ángel y persistentemente con la cordialidad que le definió.

 

 José Luis Sotillo J.
Cronista Parroquial de Agua Viva.
[email protected]
twitter:@aguavivajose.

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