En la Basílica de San Pedro, un sencillo ataúd de madera acoge los restos del Papa Francisco, vestido con una túnica roja, la mitra papal y un rosario entre las manos. Jorge Mario Bergoglio, fallecido el 21 de abril de 2025 a los 88 años, no solo marcó la historia como el primer Papa latinoamericano y jesuita, sino que también redefinió su despedida final. Su funeral, aún en curso, rompe con siglos de tradición vaticana, alejándose del esplendor de un “emperador romano” para reflejar la humildad de un pastor. Detalles curiosos de este proceso, impulsado por las reformas que él mismo aprobó, están capturando la atención del mundo. Estas son las claves de un adiós que ya es histórico.
Un ataúd único para un Papa singular
Francisco, fiel a su visión de una Iglesia “pobre y para los pobres”, desmanteló en 2024 una de las tradiciones más emblemáticas de los funerales papales: los tres ataúdes. Históricamente, los pontífices eran enterrados en un féretro de ciprés, envuelto en uno de plomo y otro de roble, simbolizando protección y jerarquía. En su lugar, Francisco yace en un solo ataúd de madera revestido de zinc, un gesto que grita austeridad. “Es el entierro de un obispo, no de un soberano”, explica Massimo Faggioli, teólogo de la Universidad de Villanova, a BBC Mundo. Durante la capilla ardiente, iniciada el 23 de abril, más de 90,000 fieles han desfilado ante el féretro abierto en San Pedro, conmovidos por su simplicidad. “Parece que está en una parroquia, no en un palacio”, murmuró una peregrina mexicana.
Sin catafalco ni báculo: un cuerpo al alcance de todos

Otro cambio radical es la eliminación del catafalco, la plataforma elevada cubierta de terciopelo donde se exponía a los papas fallecidos. Francisco quiso que su cuerpo descansara directamente en el ataúd abierto, sin el báculo pastoral, para que los fieles lo vieran de cerca, como a un igual. Este proceso, que comenzó el 23 de abril y se extenderá hasta esta noche, ha permitido a miles despedirse en la Basílica de San Pedro. La ausencia de estos símbolos de poder refuerza su mensaje: el Papa es un discípulo de Cristo, no un monarca. “Es como si nos dijera: ‘Sigo siendo uno de ustedes’”, comentó un sacerdote romano mientras observaba la fila de peregrinos.
Un rito de muerte más íntimo

La constatación de la muerte de Francisco, realizada el 21 de abril, también refleja su deseo de simplicidad. A diferencia de sus predecesores, cuya muerte se verificaba en sus aposentos papales, Francisco, quien vivía en la Casa Santa Marta, pidió que este rito ocurriera en una capilla privada. El cardenal Kevin Joseph Farrell, camarlengo, presidió la ceremonia, que incluyó el tradicional rito de los tres golpes con un martillo de plata en la cabeza del difunto, llamándolo por su nombre secular: “Jorge Mario”. Al no recibir respuesta, Farrell pronunció: “Vere papa mortuus est” (“Verdaderamente, el Papa ha muerto”). Acto seguido, se destruyó el Anillo del Pescador, el sello papal que Francisco usaba desde su época como arzobispo de Buenos Aires, un anillo de plata sin la grandeza de sus predecesores. Este momento, aunque protocolar, subrayó su rechazo a los símbolos de opulencia.
Santa María la Mayor: un descanso fuera del Vaticano

Por primera vez desde 1903, un Papa no será enterrado en las Grutas Vaticanas. Francisco eligió la Basílica de Santa María la Mayor, su refugio espiritual en Roma, donde rezaba ante la imagen de la Salus Populi Romani antes y después de sus 47 viajes apostólicos. En su testamento, revelado el 21 de abril, escribió: “Pido que mi sepulcro esté en la tierra; sencillo, sin decoración particular y con la única inscripción: Franciscus”. El nicho, preparado en la nave lateral entre la Capilla Paulina y la Capilla Sforza, espera su cuerpo tras la Misa exequial de mañana, 26 de abril. La procesión hacia esta basílica, aún pendiente, promete reunir a cientos de miles, con cánticos en español y banderas argentinas que ya ondean en las calles romanas.

La monja que conmovió al mundo
Un instante espontáneo ha marcado el funeral. Durante la capilla ardiente, una monja francesa, identificada como la hermana Geneviève Jeanningros, rompió el protocolo al acercarse al ataúd de Francisco. Conocida por su amistad con el Papa, se arrodilló, rezó y lloró junto al féretro, ignorando las barreras de seguridad. Los guardias, visiblemente conmovidos, le permitieron unos momentos antes de escoltarla. Las imágenes de este gesto, captadas por la prensa, se han viralizado, simbolizando el cariño que Francisco inspiraba. “No era solo una monja despidiendo a un Papa, era una amiga despidiendo a un hermano”, comentó un peregrino italiano. Este episodio refleja la conexión personal que Bergoglio cultivó incluso con los más humildes.
Un funeral que respira su legado
Con la Misa exequial programada para mañana, a la que asistirán delegaciones de más de 130 países y más de 200,000 fieles, según estimaciones vaticanas, el funeral de Francisco es un evento global. Los cánticos en español, como Pescador de Hombres, y las banderas latinoamericanas dan un toque vibrante a la despedida. La homilía, que se espera sea pronunciada por el cardenal Luis Antonio Tagle, destacará su amor por las periferias. Mientras Roma se prepara para los nueve días de luto (novendiales) y el cónclave que seguirá, cada detalle de este funeral –el ataúd único, la tumba sencilla, el gesto de la monja– grita el mensaje de Francisco: el Papa no es un emperador, sino un pastor al servicio de su pueblo.