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Carora…La verdadera historia

Carora es producto de un esfuerzo de varias generaciones sobre la tierra árida, al igual que las primeras tribus israelitas rescatadas de Egipto por Moisés, las cuales vagaron en el desierto por décadas como castigo por la desobediencia a Jehová, así los caroreños hemos vagado por centurias en estos desiertos buscando debajo de la tierra pelada los frutos que el extenso verano nos conculca. Somos los caroreños, los del piedemonte y los de la otra banda, los de Aregue o Quebrada Arriba, tenaces y optimistas y por ello hemos retado la maldición de la sed mediante el uso de la inteligencia y la creatividad. Por ello somos los primeros a nivel nacional en productividad de caña por hectárea, por ello tenemos la única raza bovina lechera  tropical del continente, por ello tenemos  Centrales azucareros, con altísimos rendimientos en mitad de unas tierras que hace apenas cien años solo servían para criar mosquitos o corretear iguanas, territorio de la malaria y los niños tristes de Miguel Otero Silva.

Carora, el Cantón Carora, desde alla lejos por la panamericana o la Larazulia, desde los caminos que se pierden al relente solar buscando las calizas milenarias del Estado Falcon, desde por ahí donde la mirada sueña con viajar a Barquisimeto…Carora es una realidad geográfica, cultural, social y cósmica que nos toca defender en contra de arrebatos políticos y componendas retorcidas de los manipuladores de oficio.

Esta Carora pujante nació del trabajo, del esfuerzo, de la honestidad y justicia para honrar los desempeños de cada quien. Ese espíritu grande del caroreño, alimentado por su fe católica hizo posible que a mediados del siglo XX se convirtiera en una de las ocho ciudades más importantes de Venezuela, como una cuenca ganadera de primer orden, una producción de caña con altos niveles de excelencia, con industrias lecheras y de carne con tecnologías de punta, con la constitución de un grupo financiero a nivel regional que le dio un gran envión a la  economía larense y algo que nos coloca a nivel de las principales ciudades del mundo, con un desarrollo cultural y musical  que fue posible gracias a la plataforma económica propia, quien le dio coherencia y continuidad permanente al esfuerzo heroico de gerentes y artistas de ese mundo cultural.

Esta historia de la Carora del trabajo, la solidaridad queremos contarla y registrarla y para ello estamos sincronizando esfuerzos entre  ASOCACU y diversas empresas y personalidades de profundo arraigo caroreño.

Como adelanto temático del esfuerzo editorial que pretendemos realizar, colocamos un fragmento del libro Los Surcos de un Pionero, patrocinado por los descendientes de Ricardo  Riera, en el cual se le rinde homenaje, el como ejemplo, a esta generación de infatigables soñadores de inicios del siglo XX.

CARORA A INICIOS DEL SIGLO XX

La ciudad de Carora fue fundada en    1569 por Juan del Tejo y refundada en 1571 por Juan de Salamanca de quien guardan  los caroreños recuerdo como figura histórica asociada a su nacimiento. Ubicada como sitio de paso de  los antiguos caminos entre las costas de Coro y las estribaciones andinas fue lugar propicio para el comercio y refugio para el   descanso en  un trayecto que cubría distantes destinos y hacían del viaje jornadas extenuantes  .Sus inicios como poblado estuvieron fuertemente vinculados a la fe católica y según testimonio erudito del sacerdote Alberto Álvarez   Gutiérrez  el propio Juan de Salamanca perteneció a la primera cofradía fundada en Carora para veneración de la Virgen del Rosario ,a quien el  Papa Pio V había suplicado victoria de la Liga     Santa en la batalla de Lepanto contra el Imperio Otomano, de  allí surgió  como  misión pastoral   darle basamento material y espiritual al trabajo y la creación de riqueza y a través de ella practicar la caridad al prójimo como mandato católico.  En 1582 con una población menor a cien vecinos se funda el Convento de San Francisco como pilar de compromiso religioso y custodio de una conducta colectiva orientada a satisfacer las necesidades del cuerpo y los anhelos del alma.

De esta forma , adosada al Morere, un rio cenizo y en trechos hilo de agua cansino ,la ciudad fue creciendo sobre el calor, el desierto y la sed ,buscando  superar su destino de lugar refugio para las caravanas que desde la costa a la montaña desgajaban al tiempo promesas y rosarios de espera. Lejos de la epopeya conquistadora que abría  caminos hacia la ilusión del oro  o el botín oculto en los secretos del verdor envolvente, la gente de Carora puso corazón y manos sobre el comercio y la agricultura, luchando con el secano para adornar de fruto, leche y carne el camino encomendado a Dios en la soledad de un mundo lejos del valse y los calesines.

El área productiva tanto para el intercambio comercial y las faenas agrícolas y pecuarias estaba ubicada de cara al distante mar con desiertos y montañas de  por medio,  topograma  variado atravesado  por caminos angostos y difíciles solamente aptos para mulas y burros, transporte de carga sobre el cual florecía la vida comercial en viajes de sal y hortalizas diversas.

Luego de culminada la gesta independentista y retada Venezuela a ser ave fénix de esta contienda ruinosa, los hombres de trabajo tenían que hurgar en su ingenio y vocación de lucha para iniciar ruta hacia la recuperación de una vida normal. En Carora  aprendieron el comercio instalaron grandes  núcleos de cría para burros y mulas, destacando el médico e historiador caroreño Andrés  Riera Silva que solamente en el caserío de Muñoz se  contaban dos mil burros como soporte para mantener la actividad de transporte.

Por otra parte la cría de ganado caprino era lo predominante en los entornos más cercanos a la ciudad mientras que la cría de vacas se ubicaba hacia las montañas de la Serranía de Baragua para luego extenderse hacia el sector Quebrada Arriba, el cual con el paso del tiempo y la construcción de carreteras se convirtió en una referencia productiva importante.

Hacia el  piedemonte andino el pueblo de mayor importancia era  Curarigua, el cual se convirtió en punto de destino, junto con Arenales, de las caravanas venidas de las costas corianas. Caminos, pueblos, asentamientos y locaciones diversas que apuntaban hacia la gran ciudad que era El Tocuyo.

La parte de ese piedemonte que colindaba con el  Estado Trujillo era de selva, pantanos   , plaga,  alimañas y paludismo. Zona muy fértil pero tomada por una legión de emisarios de la muerte. En su conquista y transformación en área de cultivo y ganadería jugó un papel estelar Ricardo  Riera Herrera, uno entre varios de esos caroreños quiénes con   esfuerzo de galeotes  y emoción esperanzada de primo comulgantes abrieron surcos de pujanza para el porvenir.

Jorge Euclides Ramírez

LA

Foto: Cortesía

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