Omar Estacio
En punto, 9:45 de la noche ¡Al fin! Le había sido otorgada la ansiada audiencia.
Frío, insensible, implacable, certero, cruel sólo si hacía falta. Puntual en lo que a su oficio se refería. Parco, muy parco. Aparte de asesinar – ése, era su trabajo después de todo- era incapaz de cometer la más mínima infracción.
- Bounanotte, don Vittorio, graziemille por recibirme – saludó ceremonioso, el sicario, al tiempo que reverenciaba a su jefe, rodilla en tierra y le besaba el anillo del anular de la mano izquierda.
- Ya, ya, ya, miofratello ¡puedes ponerte de pie! – Il Capo, benévolo le agradeció la efusividad, indicándole que tomara asiento– Antes que nada, “Azuquita”, te pido mil disculpas por haberte hecho esperar semanas. Problemas. Menos mal que los vamos solucionando. Pero dime “Azuquita” ¿cómo está donna, Alessandra? ¿Cómo está, Dante, mio caro ahijado?
Irónico apodarlo así, “Azuquita”, a quien era las antípodas de lo dulce. Si había que torturar, también era despiadado.
- Alessandra, don Tommaso –respondió el matón – esperando familia para el próximo agosto. Dante, su querido ahijado, don Vittorio, le manda a pedir la bendición ¡Todo un hombrecito!
- Ver crecer la familia, “Azuquita”, es bendición bíblica ¡Te felicito! En cuanto a Dante, entrégale este regalito de mi parte ¿Y Concetta, la mayorcita? –
- Cada día más bella, don Vittorio ¡Parecidísima a su mamá! Por cierto, don Vittorio es por ella que le he pedido esta audiencia. Es para rogarle algo ¿Sabe, don Vitto?…
El capo, levantó con energía su brazo derecho, para interrumpirlo indignado:
- ¡Si alguien la ha deshonrado, te autorizo a “eliminarlo”, ya! Y si no deseas encargarte, tú mismo, le doy la orden a cualquiera de los muchachos.
- No, don Vitto. No es por lo que usted está pensando ¡Es que la están rechazando, sus amiguitas del colegio y del club. Dicen, que es por ser la hija de un gangster!
El implacable pistolero rompió a llorar. Respiró profundo, se tomó varios segundos, se serenó, se retrepó en su sillón y retomó el hilo de su lamento.
- A usted, le consta, don Vittorio. Soy un hombre serio, honesto, de trabajo. No bebo, ni fumo. No mujereo. Ahorro. Con lo “poco” que tengo guardado creo que puedo retirarme de mi profesión. Quizás, un gimnasio o montar una galería de tiro. Para eso he venido. Necesito su autorización. Sin su bendición, ni pensarlo. Quizás, mudarme a otra ciudad. Así mis hijos podrían levantarse “normalmente”.
Como impulsado por una catapulta, Il Capo, se puso de pie. Le extendió los brazos a su fiel, “trabajador”, amigo, compadre, celoso depositario de sus secretos más comprometedores y acto seguido, declaró solemne:
- Tienes toda mi autorización, “Azuquita”. Incluido, mudarte a donde quieras. A otro país, si lo prefieres.
Los dos hombres se despidieron de la manera más afectuosa.
La mañana siguiente, muy temprano, “Azuquita” apareció muerto, echado sobre el volante de su automóvil. Al dirigirse a su “trabajo”, detuvo el vehículo para aguardar el cambio de luz del semáforo – el hombre, además, era celoso cumplidor de las normas de tránsito terrestre- y ahí mismo, a bocajarro, le metieron una bala en la nuca.
¡Qué Interpol, qué DEA, FBI, marines, Corte Penal Internacional, ni ocho cuartos! “La Hiena Cucuteña” está consciente –hasta un lisiado moral y mental, como él, puede darse cuenta– que, si dimite como lo exigimos los venezolanos y parte importante de comunidad internacional medianamente civilizada, es hombre muerto. Hasta el fin de mundo lo irán a buscar sus compinches de las FARC, ELN, del Hezbolah, de las narcocamorras, iraní, china, bielorrusas, las rusas por supuesto y ¡zas! La Habana tampoco es opción porque el camarado Raúl Castro por un barril de petróleo, entrega hasta su madre.
Ni siquiera se ha ganado la consideración, que merece un pistolero como “Azuquita”, porque la “Hiena Cucuteña” está en lo más bajo del escalafón del crimen: Un lavaperros, cualquiera, del narcoterrorismo internacional.