«Éstamos unidos, porque él nos enseñó que siempre debemos estar así». En medio de la turbulencia que están viviendo por estos días, los tres hijos de Roland Carreño se aferran a una de las enseñanzas más importantes que él les enseñó: la unión entre hermanos.
En medio de tantos sentimientos encontrados a los que ahora se enfrentan, situación que nunca imaginaron vivir, los jóvenes descubren también que la fortaleza, una virtud que siempre han admirado en su padre, es otro de los legados que agradecen y los hace sentir orgullosos de quien lo ha dado todo por ellos.
«Lo mejor que nos ha pasado fue haber conocido a papá», dice Carlos, el mayor de los tres hijos. Es periodista, como su papá, y toma la batuta de la conversación telefónica, pero Franklin y Luis están a su lado y se les escucha apoyar la respuesta que su hermano dice con ahinco.
«Papá es un hombre fuerte, de buenos sentimientos, buen hijo, buen hermano. Él es intelligente y va a poder salir bien de esto», dicen los muchachos, quienes a flor de piel tienen una lista de las virtudes que ven en su padre, aderezada con decenas de anédotas y recuerdos que marcaron su niñez y el resto de sus vidas.
Confiesan que esta conversación les alivia. Se transportan a momenos hermosos de su historia, miran al interior poniendo el foco en lo más optimista, en lo más esperanzador….., porque en los momentos de silencio, como cuando la noche arropa, abruman los miedos al imaginar qué puede pasar.
Por eso decidimos quedarnos en el lado luminoso de la conversación, ese donde pega con fuerza la resolana de Aguada Grande, el terruño de Roland, del que nunca de separó, porque «el que no sabe de donde viene, no sabe para dónde va», les repitió en todo momento.
Nunca nos faltó la navidad
Al hablar de eso, Carlos, Franklin y Luis recuerdan que en navidad, Roland traía jueguetes para los niños del pueblo. «Eran muy bonitos, ¡de buena marca!, hasta nos provocaba quedarnos con ellos (risas), pero papá nos decía que eran para los niños y nos encargaba a nosotros de entregarselos«.
En la casona donde crecieron, esa pintoresca que todos conocen en la tierra del pan y el sisal, la nochebuena también tenía su tradición. «Papá escondia nuestros regalos en toda la casa, y desde antes de las 12:00 comenzaba: ya viene, ya viene por ahí…, ¡hasta hacía ruidos para que creyéramos que San Nicolás estaba cerca!«
Con una nostalgia que les alborotó las palabras, los tres hermanos recordaron entre risas emocionadas las horas que pasaban buscando sus regalos.
Ahora, cuando son adultos, entienden que su papá les enseñó a sacar siempre lo bueno, a buscar el lado positivo de la vida, aún en medio de las adversidades.
Las anécdotas con papá Roland
Este trío de muchachos no para de hablar de su padre. Con prólija memoria e impetuoso amor, llenan de color sus historias, como la de Luis, el menor de ellos, cuando ganó una carrera de burros durante unas fiestas de Aguada Grande.
El ‘pequeño detalle’ es que Roland, quien estaba en el sitio disfrutando de las festividades, no sabía que su hijo staba participando, y sólo se enteró cuando a través del megáfono, se anunció el nombre del jóven ganador.
Así son los hijos menores, sobre todo cuando son los «toñecos», como Luis, aunque eso no le salvó de una de las férreas «miradas de Roland», cuando en plena reunión social en la casona, reveló a todo pulmón el gran secreto del coctél de cocuy del que su papá presumía: ¡jugo de sobre!
Las risas resuenan a través del altavoz del teléfono, incluyendo las de Carlos, que sigue siendo el interlocutor principal de la conversación. Para él, esa máxima del periodismo según la cual «no es noticia que el perro muerda al amo, pero sí lo es cuando el amo muerde al perro», marcó su visión de la profesión.
Franklin también tiene máximas que le ha enseñado Roland y que han marcadosu vida personal. «Dar sin esperar algo a cambio», es una de ellas, pero en su mente está tatuada aquella vez que se lanzó a abrazar a su padre, luego de que le diera una moneda para ir al Cibercafe.
–«Gracias papá, te quiero mucho», le dijo él, a lo que Roland, desde la hamaca en la que tanto le gustaba reposar, le respondió: –«no debes querereme por darte dinero, sino por lo que significo para ti».
La lección decisiva
El viaje en el tiempo ha tenido un efecto catárquico en los muchachos. Dicen que esta es la primera entrevista que dan públicamente, y no podía ser de otra manera sino describiendo profusamente a ese papá que es su referente y su guía.
«Nosotros crecímos viéndolo, su disciplina, el orden, los buenos modales», Carlos, Franklin y Luis fueron criados bajo el efectivo sistema de las miradas, «las miraditas de él», esas que ponen -o ponían- a temblar a los hijos, pero que eran la manifestación más clara de respeto y obediencia.
Cuando los hermanos eran niños, y se peleaban, Roland los amarraba espalda con espalda y así los dejaba hasta que no tenían otro remedio que disculparse y contentarse, porque «los hermanos no deben pelear».
En estos momentos difíciles, los tres no están peleados, pero sí amarrados con una cuerda, la del amor que su padre les enseñó, y que les mantienen unidos en la fé de que él sabrá sortear las adversidades, hasta que vuelvan a reunirse.
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FOTOS: Cortesía hermanos Carreño