“Las Uvas del Tiempo” de Andrés Eloy Blanco
Indiscutiblemente, si hay un poema que constituyó emblema del fin de año en Venezuela ese es “Las uvas del tiempo”, del poeta del pueblo, el Dr. Andrés Eloy Blanco, sentida pieza lirica de extracción netamente popular, que según Álvaro Mata (2020) fue compuesto en la víspera del año nuevo de 1923 en Madrid, a donde el abogado Andrés Eloy había viajado para recibir un premio de poesía, el texto además de ser una emotiva evocación de su infancia, su madre y su casa natal, es una especie de balance de la vida su autor.
El insigne poeta en “Las uvas del tiempo”, se dirige a su madre y le cuenta cómo celebran la Nochevieja en España y en su personal balance, inmerso en el inflijo de elementos universales, señala que en gran parte el júbilo de la gente en la calle, se entiende también porque “todos tienen su madre cerca”, pero en cambio él no: la suya está lejos, y en ese momento tan importante, desde su soledad se pregunta por el sentido de los honores que fue a recibir a la ciudad europea. “¡El Renombre, la Gloria…, Pobre cosa pequeña!/ ¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,/ cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!”, reconoce apesadumbrado el poeta.
Por ello, acota Álvaro Mata (2020) que, cuando todos comen las doce dulces uvas al compás de las campanadas que despiden al año viejo, esas mismas uvas se hacen amargas para quien está lejos de su tierra. Son “uvas de la ausencia” que tienen “el ácido de lo que fue dulzura”.
Este célebre poema, hoy casi desconocido, se popularizó en la radio hasta formar parte de las tradiciones decembrinas venezolanas, tanto como el mensaje de fin de año de Amílcar Segura a través de la señal internacional de Radio Barquisimeto, tan infaltable como las hallacas, el pan de jamón, la chicha o la resbaladera. Fue así como cada 31 de diciembre, poco antes de la medianoche, la familia se reunía en torno a una radio desde la cual se escucha el poema en la voz carrasposa y aguda de Andrés Eloy Blanco. En aquel momento, el tiempo se suspendía en una comunión fraternal en el que esa creación poética disponía el ambiente para la reflexión sobre lo que hemos hecho con el tiempo que nos fue dado sobre la tierra.
“Las uvas del tiempo” vino a convertirse en una de las composiciones más famosas de la poesía venezolana por décadas, y Andrés Eloy Blanco en uno de los poetas más queridos por haber acercado la poesía a la gente, al hombre de a pie, a juambimba, a través de historias sencillas, contadas con las palabras de todos los días.
Las Uvas del Tiempo
Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca…
¡Yo estoy tan solo, madre,
tan solo!; pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas este alboroto: hay hombres
vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes,
cencerros y cornetas;
el hálito canalla
de las mujeres ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.
Esta es la noche en que todos se ponen
en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una perdida.
Aquí es de la tradición que en esta noche,
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega,
todos los hombres coman, al compás de las horas,
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan: ¡FELIZ AÑO!,
como en los pueblos de mi tierra;
en este gozo hay menos caridad; la alegría
de cada cual va sola, y la tristeza
del que está al margen del tumulto acusa
lo inevitable de la casa ajena.
¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,
sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión unánime
de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
«¡Venid compadre, que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!»
Y el cañonazo en la Planicie,
y el himno nacional desde la iglesia,
y el amigo que viene a saludarnos:
«feliz año, señores», y los criados que llegan
a recibir en nuestros brazos
el amor de la casa buena.
Y el beso familiar a medianoche:
«La bendición, mi madre»
«Que el Señor la proteja…»
Y después, en el claro comedor, la familia
congregada para la cena,
con dos amigos íntimos, y tú, madre, a mi lado,
y mi padre, algo triste, presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son ácidas
las uvas de la ausencia!
¡Mi casona oriental! Aquella casa
con claustros coloniales, portón y enredaderas,
el molino de viento y los granados,
los grandes libros de la biblioteca
-mis libros preferidos: tres tomos con imágenes
que hablaban de los reinos de la Naturaleza-.
Al lado, el gran corral, donde parece
que hay dinero enterrado desde la Independencia;
el corral con guayabos y almendros,
el corral con peonías y cerezas
y el gran parral que daba todo el año
uvas más dulces que la miel de las abejas.
Bajo el parral hay un estanque;
un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado, las uvas en racimos,
tan bajas, que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la uva,
los pies hacen saltar el agua fresca.
Cuando llegaba la sazón tenía
cada racimo un capuchón de tela,
para salvarlo de la gula
de las avispas negras,
y tenían entonces
una gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus talas blancas,
sordas a la canción de las abejas…
Y ahora, madre, que tan sólo tengo
las doce uvas de la Noche Vieja,
hoy que exprimo las uvas de los meses
sobre el recuerdo de la viña seca,
siento que toda la acidez del mundo
se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que fue dulzura
las uvas de la ausencia.
Y ahora me pregunto:
¿Por qué razón estoy yo aquí? ¿Qué fuerza pudo
más que tu amor, que me llevaba
a la dulce aninomia de tu puerta?
¡Oh miserable vara que nos mides!
¡El Renombre, la Gloria…, pobre cosa pequeña!
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!
Y esta es la lucha ante los hombres malos
y ante las almas buenas;
yo soy un hombre a solas en busca de un camino.
¿Dónde hallaré camino mejor que la vereda
que a ti me lleva, madre; la verdad que corta
por los campos frutales, pintada de hojas secas,
siempre recién llovida,
con pájaros del trópico, con muchachas de la aldea,
hombres que dicen: «Buenos días, niño»,
y el queso que me guardas siempre para merienda?
Esa es la Gloria, madre, para un hombre
que se llamó fray Luis y era poeta.
¡Oh mi casa sin cítricos, mi casa donde puede
mi poesía andar como una reina!
¿Qué sabes tú de formas y doctrinas,
de metros y de escuela?
Tú eres mi madre, que me dices siempre
que son hermosos todos mis poemas;
para ti, soy grande; cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas…
¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo
toda una vida absurda, la promesa
de vernos otra vez se va alargando,
y el momento de irnos está cerca,
y no pensamos que se pierde todo!
¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta
y en la última uva libo la última gota
del año que se aleja,
pienso en que tienes todavía, madre,
retazos de carbón en la cabeza,
y ojos tan bellos que por mí regaron
su clara pleamar en tus ojeras,
y manos pulcras, y esbeltez de talle,
donde hay la gracia de la espiga nueva;
que eres hermosa, madre, todavía,
y yo estoy loco por estar de vuelta,
porque tú eres la Gloria de mis años
y no quiero volver cuando estés vieja!…
Uvas del Tiempo que mi ser escancia
en el recuerdo de la viña seca,
¡cómo me pierdo, madre, en los caminos
hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha,
donde va mi emoción sin compañera,
mientras los hombres comen las uvas de los meses,
yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta.
Mi labio está bebiendo de tu seno,
qué es el racimo de la parra buena,
el buen racimo que exprimí en el día
sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.
Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda
tiéne el dolor de una muchacha muerta…
Y vino toda la acidez del mundo
a destilar sus doce gotas trémulas,
cuándo cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja.
Con este poema del Dr. Andrés Eloy Blanco desde Reseña de la Añoranza, despedimos el año 2024, deseándoles a todos ustedes amigos lectores, un venturoso y próspero Año Nuevo 2025, pletórico de bienaventuranzas, salud, dicha, paz y felicidad con la esperanza anidada en el alma, que es la simiente que impulsa al ser humano por caminos superiores de elevados valores, pulcritud moral y ética que tanta falta nos hace en estos tiempos de violenta y vertiginosa dinámica. …Que Dios en su infinita misericordia, nos colme de gloriosas bendiciones… para que seamos parte vital del sublime alarife que puede contribuir a la construcción de ese nuevo amanecer que anhelamos para Venezuela y el mundo…
Barquisimeto, domingo 29 de diciembre de 2024.
Fuentes Consultadas:
Congreso de la República de Venezuela (1996) Homenaje al Poeta del Pueblo Andrés Eloy Blanco. Dirección de Información y Prensa del Senado de la república de Venezuela. Caracas. Venezuela.
Mata, A. (2020) «Las uvas del tiempo» de Andrés Eloy Blanco [Artículo en Línea] Disponible en: https://www.unminutoconlasartes.com/alvaro-las-uvas-del-tiempo.html
Ramírez, A. (2005) Andrés Eloy Blanco. Biblioteca Gráfica Venezolana. El Nacional. Editorial Arte. Caracas. Venezuela.
Ramírez, L. (1963) Repertorio Poético de Luis Edgardo Ramírez. Tercera Edición. E. Sánchez Leal S.A. Madrid España.
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