Siempre pico y eso que me lo repito siempre: “el año que viene no veo la Gala”. Pero es más fuerte la pasión por el cine y vuelvo a caer en la trampa. Es aburrida, con un humor grueso del que después hablaremos, repetitiva, año tras año y; siendo el escaparate mundial de la creatividad, cada vez es menos original.
Eso sí, los escenarios son increíbles. Ojalá pueda trabajar algún día con tal despliegue de medios. En esta 94ª edición, además, la calidad de las películas no ayudaba. Ganó el Óscar a la Mejor Película, la más amable de todas: “CODA” (¿una película de Sian Heder?).
Ya tenemos polémica. Pero es un reflejo de la propia realidad que vivimos en nuestro día. Se premia igual al que trabaja día a día que al que llega el último día y se copia. ¿Cuántas veces no vemos (o sufrimos en nuestras propias carnes) que el mérito al verdadero esfuerzo, se los llevan otros?
La mayoría de ellas, el jefazo se eleva con el premio por un trabajo en el que él solo ha tenido que poner dinero o dar palmaditas en la espalda para que todo vaya bien; cuando todo el talento y la lucha lo han realizado personas que quedarán anónimas. Pues eso pasa con este premio, y me sabe mal.
¿Por qué digo esto? Porque no veo a nadie valorando a los verdaderos artífices de este film. “CODA” es un “remake” de la brillantísima película francesa “La familia Bélier”. Y oigan, le dan el Óscar al Mejor Guion Adaptado a la guionista-directora Sian Heder y no le reconocen la autoría a Stanislas Carre de Malberg (autor de la primera versión del guion, o a Victoria Bedos, que fue la inspiradora de la idea).
Incluso, si me apuran, reconocer que el impecable trabajo de Eric Lartigau, como director de la versión francesa, para que esa historia mereciera ser llevada al cine americano. Pues no, todo el mérito es para Sian Heder que, pese a que ha hecho un peliculón, lo recalco, no deja de ser una copia que no ha reconocido el esfuerzo de todos en la justa medida que se debiera.
Este es el segundo “remake” que gana el gran Óscar. Y me quedo con la misma sensación de la noche que lo hizo “Infiltrados” de Martin Scorsese. Ni de lejos la merecía, teniendo obras de arte compitiendo como “Babel”, la impresionante película del mexicano Alejandro González Iñárritu; o la encantadora “Pequeña Miss Sunshine” que no me cansaré de ver nunca.
Del resto de la Gala ya está todo dicho. Aburrida hasta el bofetón de Will Smith a Chris Rock. Ya he escrito sobre ello. El chiste que hizo sobre la calvicie de Jada, esposa del nominado por el papel del padre de las hermanas Williams, era malo y mal educado.
Y el Príncipe de Bel-Air respondió a la violencia emocional con violencia física. Y ahora, hay debate. Qué triste que lo más comentado de la ceremonia fuera una disputa pandillera cuando había cosas remarcables: los Óscars merecidos al actor sordo Troy Kotsur (por “CODA”) o el de directora a Jane Campion (por “El poder del perro”).
Pudimos ver a Zendaya más veces que en la película “Dune”, o el ramillete de premios técnicos que acaparó la superproducción del año y, el que para mi fue el momentazo más espectacular de la Gala del que poco se habla: el número musical de “No se habla de Bruno”.
2 Postdatas: La primera, que tras las disculpas públicas de Will Smith y tras yo haber dicho que no vería ninguna película más de él, me retracto. Creo que equivocaciones cometemos todos y se merece una segunda oportunidad (una tercera no, pero no hacerlo una segunda nos convertiría en peores personas que la persona juzgada).
La segunda es que la semana que viene me vuelvo a ver “La familia Bélier”. ¿Quién se apunta?
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