“Hay gente que ahora vive en la abundancia, que siempre ha vivido en la abundancia y que revienta fuegos artificiales, pero también hay otros que vivieron en la pobreza, y que ahora igualmente viven en la abundancia, pero que asimismo se contagiaron para, de similar forma, reventar también fuegos artificiales…”
-Se trata, por cierto, de artefactos sonoros que sirven para evitar u ocultar las penas, pero que nunca podrán servirnos para encontrar ese sueño que se nos perdió en la fragilidad de un mundo que ahora desconoce que lo que realmente festejamos es el nacimiento de la vida, porque el que nació el 24 de diciembre es el portador precisamente de la luz y de la vida, y quizás esa luz es la que yo añoro en esas estrellitas de Bagdad, o luces de bengala, que atraviesan el cielo como buscando el país que yo quiero…”
La anterior reflexión provino del profesor Arnaldo Guédez, docente universitario y destacado luchador social larense, al referirse a esta época que los creyentes cristianos siempre han denominado como “Navidad”, y, además, recordando su infancia de niño campesino.
-He querido emitir estos conceptos gracias a la generosidad de EL INFORMADOR –precisó el educador- porque, a mi juicio, éste es un tiempo especial para quienes fuimos criados en una humilde comunidad campesina del Estado Lara, en que la Navidad era, tal vez, nuestra única alegría de la niñez.
-Una alegría que ahora parece ser simplemente una añoranza, debido a que, antes, en nuestra época, en esos campos, a pesar de la pobreza, que de alguna forma sí la había, se buscaba la manera de ser felices, y, así, por ejemplo, se elaboraba la sabrosa chicha de maíz, o de arroz; no se conocía nada del pan de jamón; se elaboraba dulce de piña y también de lechoza, que se guardaban en una latica de leche en polvo de la época.
-El 24 de diciembre, uno se acostaba bien tempano a la espera de que el Niño Jesús le trajese algo, con lo que uno se alegraba mucho.
-El pesebre era sumamente humilde, e incluía muñequitas hechas de trapo y hasta vehículos elaborados con laticas de sardina, y todo eso nos llenaba de ilusiones propias de la infancia.
-Y en las misas de aguinaldo, participaban conjuntos musicales integrados por campesinos cañeros del lugar, que iban a todas las casas a cantarle a los humildes pesebres, y allí, por cierto, los recibían con un “traguito” de aguardiente o de leche de burra, que era algo así como lo que ahora se conoce como “ponche”.
-Y recuerdo mucho –dijo finalmente Guédez- que ese conjunto nunca dejaba de cantar lo que ya es un emblema musical venezolano de esta época, como lo es ese aguinaldo que dice, entre otras cosas: “Dame mi aguinaldo… aunque sea poquito… 25 arepas y un marrano frito…”
Reinaldo Gómez
Foto: Referencial