Una oportunidad de cambiar la percepción sobre un país. Un torneo para fomentar la unidad.
¿Alguien ha escuchado esto antes?
Catar es la próxima parada en la gira mundial de sucesos deportivos albergados por naciones encabezadas por gobiernos autocráticos que suelen ser condenados por los distintos activistas de derechos humanos pero cuyo poder financiero resulta irresistible para los organizadores de las competiciones.
Y en la antesala del sorteo de este viernes 1 de abril ha quedado claro lo tóxico que el torneo se ha vuelto para la FIFA y Catar, que tenía esperanza de que el Mundial fuera una celebración del Medio Oriente. Nunca antes un evento de semejante envergadura se ha realizado en la región y tanto es el efecto de la región que hasta la fecha tradicional fue modificada.
Ahí está el caso de David Beckham. El astro y excapitán de la selección de Inglaterra fue reclutado como embajador de la Copa Mundial Qatar, pero no ha aparecido en los medios internacionales. Ello lo protege de las preguntas complicadas pero también le impide promover el torneo como debería.
Entretanto, entrenadores y equipos que deberían estar concentrados en sus tácticas y preparativos, han tenido que dedicar tiempo a mitigar preocupaciones por el hecho de jugar en un país que niega las libertades y los derechos exigidos por distintos organismos. Durante años, trabajadores inmigrantes mal remunerados realizaron arduos trabajos para construir la infraestructura de 200 millones de dólares.
“La emoción por el torneo es palpable”, dijo Michael Page, de Human Rights Watch. “Reviste una importancia crítica el asegurar que los trabajadores inmigrantes que hicieron posible el torneo y que fueron dañados en el proceso no queden olvidados”.
Foto: AP