No es pecata minuta, atribuirse el nombre de “Maelo” en el jacarandoso, pero muy adusto ambiente salsero. Y valga la aparente paradoja.
Recordarán los amables lectores que, “Maelo”, el original, el auténtico, el propio, fue Ismael Rivera. Palabras mayores en lo que a ritmo y ¡saborrrr! se refiere.
Cuando “Maelo”, el verdadero -no el suplantador de identidades- murió, el 13 mayo de 1987 en su natal, San Juan de Puerto Rico, la isla entera se volcó a las calles para llorarlo y acompañarlo hasta su última morada, al son de las bombas y plenas que interpretó como nadie ha podido interpretarlas jamás.
¿Atribuirse, uno de los cognomentos de Ismael Rivera, un lamedor de botas muy redomado? Y por si fuese poco ¡la madre de zarandajo al que se las lame!
Ningún intérprete argentino de tangos y milongas, por mencionar un solo ejemplo, osaría hacer suyo el apelativo de “Morocho del Abasto”, como también se conocía a Carlitos Gardel. El acabóse, si al ultraje se agrega la condición de kirchnerista, es decir, HDP y ladrón, porque una cosa viene apareada a la otra. Se aceptan excepciones, siempre que confirmen la regla.
El nombre, determina el destino de cada humano, desde la mismísima pila bautismal. Millones de, buenos para nada, han debido su elevación a los altares de la posteridad, a la única circunstancia de llamarse con acierto. En el reverso de esa misma moneda, centenares y centenares, más allá de sus innegables dotes, han muerto sumidos en el anonimato, a causa de una onomástica equivocada.
En “Ratos Perdidos”, 4a. edición, J.M. Herrera Irigoyen, Caracas, 1902, nuestro Francisco de Sales Pérez, al reflexionar sobre el asunto, observa: “Si Napoleón se hubiera llamado Presentación, no habría pasado de tambor mayor o de capellán de un regimiento”. Ni una sola, Timotea -agregamos nosotros- por muy agraciada que haya sido, ha desatado musas en bardo alguno.
Oscar Wilde, advertía de “La importancia de llamarse Ernesto”. Nosotros subrayamos la importancia de que cada cual se llame y se comporte como debe y no como le dé la gana.
Si “Maelo”, el auténtico, cantaba con calidad, rango, peso vocal y tesitura de varón, el que ahora se pretende su causahabiente, balbucea, con coloratura de tiple de burdel. Y además, se le van los «gallos».
Si “Maelo”, el propio, fue mago del «soneo» y de la poética callejera, el lacayo, que ultraja su legado, es artífice de la adulación gobiernera para meterse en el ajo, no precisamente del ritmo, sino del valimiento ante funcionarios del Estado. «Pangola», de la peor. Los cultores del ritmo urbano, saben a lo que me refiero.
Si “Maelo” o el “Sonero Mayor”, como también se le conocía, se ganaba el pan con el sudor de sus cuerdas vocales, su pretendido sosías, muy menor, en la copla como en la ética salsera, se forra los bolsillos por actuar en las bacanales que organiza cierto lisiado mental y moral. Me refiero al miserable que horas después de ordenar ¡plomo carrizo! contra estudiantes y manifestantes desarmados, presume de bailarín de salsa, a través de la TV del Estado.
No hay dinero para invertir en los sectores más depauperados de Venezuela, para ofrecerles un nivel de vida digna aunque sea a medias. Sin embargo, «Maelo» Ruiz, supuesta reedición del venerable, Ismael, «Maelo», Rivera, hizo una gira por Caracas y el interior del país so pretexto del Carnaval 2022.¿Ingresos por boletería? ¡Cero! porque las asistencias a los shows, eran gratuitas o mejor dicho, cubiertas por el gobierno gamberro ¿Cuánto le costó a nuestro Erario Público, el circo sin pan? ¿Y no han pretendido trasladar sus responsabilidades por la debacle humanitaria, a las sanciones económicas impuestas por el vituperado imperialismo yanqui? ¿Hubo sobrefacturación de honorarios artísticos? En tal caso ¿Entre quiénes fue el reparto de botín?
No les ha bastó. En el besamanos del Palacio de Miraflores, la noche del lunes antepasado se hizo jactancia de montar un hipotético “Festival Mundial de la Salsa”, el próximo junio, varios días consecutivos, en el Poliedro de Caracas, con licencia, otra vez, para malversar el Patrimonio Público.
Tengo para mi, que la Orden Ejecutiva número 13.884, del cinco de agosto de 2019, emanada de la Presidencia de EE. UU. prohíbe a los nacionales de ese país, (puertorriqueños, incluidos, por supuesto) interacciones como las descritas en la presente crónica. Por su parte las leyes de Designación de Cabecillas de Narcóticos Extranjeros (Ley Kingpin) y de Comercio con el enemigo de 1917 (Act Oct. 6, 1917, CH. 106, 40 STAT. 411) concordadas con la normativa de Indexaciones de multas, prevén para los infractores, cárcel de hasta 30 años y castigos pecuniarios que han sobrepasado centenares de millones de dólares americanos, en determinados casos.
Todo indica, que esos templetes carnestolendos y/o festivaleros darán con sus huesos en la OFAC, siglas en inglés de, la Oficina de Control de Activos Extranjeros, ceñuda dependencia del U.S.Treasury Department encargada de sustanciar los procesos contra aquellos que se amanceben, muy cantarines y crematísticos, sobre todo, con los narcotiranos y narcovioladores de DD HH que saquean Venezuela.
No se puede, ni debe, transitar por esos andurriales, recibiendo millones y “millonas” de quienes por tintas que tienen sus manos en sangre de los venezolanos más vulnerables, figuren en la llamada «Lista de OFAC». Incluido, echar un pie con semejantes apestosos, morales y legales
¡Azúcar!