El divorcio es una oportunidad para reinventarse y hasta para exorcizarse. Así lo puede contar el actor venezolano quien, ¿por casualidad? su propia separación coincidió con el inicio de su obra ¿Divorciarme yo?
© Ivar Colmenares Trujillo / Fotos: Cortesía Carlos Chacón
Carlos Alberto Cruz lleva ya unos cuantos años en catarsis y reinvención. Lo primero a raíz de asumir las vivencias, dramas y hasta epifanías de Manuel, un hombre estigmatizado por el divorcio. Y lo segundo porque en medio de la actual circunstancia país, las nobles tablas y la academia asumen el protagonismo otrora mezquinado por los estudios de televisión.
Y bien pudiera decirse que no le ha ido mal. Sin perder de vista la diferencia entre el bienestar material y profesional, luego de 30 años de carrera Carlos Cruz se da el lujo no solo de ser uno de los primeros actores de Venezuela -es de los pocos que, en un mismo momento, ha tenido hasta cuatro telenovelas al aire- sino de ser protagonista y hasta símbolo sexual por aclamación popular.
«Es que cuando te ven a ti, lo que piensan es en sexo», le respondió una vez una jefa de casting al pedirle que lo sacara de repetitivas escenas metido en una cama. De allí lo símbolo sexual, aunado al hecho de que, según él, excelentes han sido las conexiones con sus pares femeninas de cada culebrón, lo que sin duda repercute en la fama.
Por otra parte, aunque en sólo dos…, bueno, una y media, porque en Tomasa te quiero ni los directores sabían si protagonizaba; de sus 25 telenovelas a cuestas, tuvo el rol estelar, resulta que personajes como Olegario (Cosita Rica), Augusto (Mis tres hermanas) y Tomás (Arroz con leche) terminaron teniendo más peso en la trama que el de los protagonistas.
Eso ocurrió más veces, pero esos tres personajes los recuerda con especial deferencia. Coronando esas condiciones, el histrión de marras, cual polvo bíblico, del teatro viene y al teatro ha regresado. No solo como actor, sino formando nuevos talentos y sosteniendo junto a otros destacados artistas venezolanos, una academia abatida por la migración y otras especies.
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Una catártica causalidad
Divorciarme yo es una obra de Orlando Urdaneta, de hace unos 20 años, y Carlos llevo tres años haciéndola tanto en Caracas como en otras ciudades del país donde cuenta que el público adulto contemporáneo se identifica mucho con el viaje emocional que hace el protagonista después de su divorcio.
La obra llegó a él justo cuando estaba divorciándose de su esposa por varios años y dos hijos. Cree que hubo una «sincronicidad de energías» para que así ocurriera. Luego de 36 meses, a lo largo de los cuales dice que no ha vuelto a tener pareja, siente que la experiencia ha sido catártica y que esa carga energética se mantiene en armonía con su actual estado emocional.
¿Qué balance haces del Carlos de ahora?
— Siento que ha mejorado la relación conmigo mismo, y también con mis hijos. He crecido como profesional al asumir la faceta como profesor, y me siento victorioso porque aquí en el país -donde se mantiene y quiere seguir haciéndolo- hay mucho que hacer. Quienes se quedan necesitan a quienes sigan entreteniéndolos.
¿Y qué lección te ha dejado Manuel, tu personaje?
Casi inevitablemente la obra le hizo reflexionar sobre cuál fue el momento de quiebre de su relación —»los descuidos, las omisiones»—, porque su mensaje invita a eso: a resolver la causa de la separación. Carlos cuenta que en plena obra ha habido gente que rompe en llanto, lo que precisamente es otra lección del monólogo unipersonal: dejar ver los sentimientos. Él está en ese proceso.
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El precio del color
El caraqueño es de la élite que recibió clases de doña Amalia Pérez Díaz. Con él tuvo una vez un derroche de sinceridad, y fue decirle que jamás sería protagonista debido al color de su piel. Desde entonces para acá muchas aguas ha visto este hombre correr, incluso llevando consigo protagonistas sin formación pero claros de piel y con mayor cuenta nómina. Ante esas y otras circunstancias la experiencia le ha demostrado que, al final: «yo te echo un cuentico».
Reconoce que el estereotipo racista de la tv influyó para que no fuera protagonista, pero la historia no parece tan resignante cuando reconoce también que el éxito de sus personajes llegó a ser tal que le sirvieron para negociar mejores términos en sus contrataciones con el medio.
La edad y los hijos
Eso de «primer actor» también implica el arribo a la ‘madurez’ de los años, pero a Carlos parece no preocuparle mucho eso porque «a esta edad todavía me pasan cosas chéveres». Otra prueba es que, contrario al esquema tradicional, se casó en el ‘cuarto piso’ y se convirtió en padre casi en el quinto.
En este momento de su vida disfruta su paternidad. «No soy un padre ausente», celebra cuando explica que, a diferencia de aquellos años cuando su agenda la regía el horario de grabación, ahora gira en torno a sus morochos de 11 años.
Eso es constancia, como lo ha sido también en su carrera, y aunque superar una tendencia al pesimismo es todavía una actitud sujeta a corrección en su personalidad, no duda en aconsejar que la perseverancia ha sido y es, la madre de todos los éxitos.
Tarea pendiente
Carlos también quiere cantar, y se está formando tal como lo hizo para la actuación. De momento están suspendidas sus clases, pero asegura que pronto las retomará y, subsecuentemente, su proyecto «Yo soy Daniel Santos», en el que interpreta e imita al recordado cantante boricua.
Carlos Cruz @carloscruzc3 estará en Barquisimeto con Divorciarme yo, el próximo 6 de septiembre de 2019.
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